sábado, 31 de julio de 2010

Si Pizarro se llamase Cuauhtemoc

El otro día estuvimos visitando las espectaculares ruinas mayas de Palenque. Nos perdimos en el interior del Palacio Real, fantaseamos con la tumba de la Reina Roja y disfrutamos del mausoleo al gran rey Pakal. Entre tamplos y palacios estábamos cuando Lucía hizo algún comentario (la verdad no me acuerdo que fue exactamente) ensalzando las virtudes de la civilización maya que me hizo saltar con un “¡pues los mayas eran unos cabrones!”.

Desde que estoy en México, cada vez que vamos a visitar algunas ruinas me dedico (como tantas otras personas supongo), a imaginarme como debió vivir la gente en ese lugar hace tantos cientos de años. Con todo lo que he aprendido desde que entré en México, me imagino los rituales, los mercados, la vida diaria de un gobernante y de un agricultor, la construcción de las pirámides y templos. Y como el tiempo pasado siempre fue mejor, tendemos a idealizarlas y a verlas un poco como en una peli en la que los viejos son muy sabios, los jóvenes guerreros apuestos y todos están atléticos y sanos. Pero yo creo que no fue así. Los mayas, y sobre todo otras civilizaciones mesoamericanas eran tan crueles como tantas otras, y repetían las injusticias y fallos de sociedades de todo el mundo, incluida la occidental de la época. Sociedades basadas en la estratificación social, donde el pueblo sustentaba a una minoría dominante. Un pueblo esclavo de su religión y de sus gobernantes.

“Dios quiere un templo más alto y más grande, y a mi quiere que me construyáis un palacio, para hablar con el mejor” diría un avispado sacerdote, tocado con un huipil lleno de jade y oro.
Luego se tomaría un chocolate (bebida reservada a dioses y extremadamente preciada en la época) con Pakal, el rey, que además era vecino, y éste le pediría que si no era posible que kakapucat (el dios de la guerra) quiera una guerra de dominación a los zapotecos, “es que mi hijo quiere un nuevo terreno de juego de pelota más grande y la reina se ha empeñado en que quiere ampliar la cocina del templo y los esclavos ya se nos quedan cortos”.
Pueblos guerreros hasta lo absurdo en la que ninguna dama podía ser mejor conquistada por un apuesto guerrero que entregándole cabezas de guerreros enemigos. ¡Puaj! Porque si no me gusta imaginarme a mi mismo con maya, menos como un miembro de una civilización dominada. Partiéndome el lomo (si por lo menos se lo pudiese partir una mula o un buey por mí) en una mina de jade para pagar el impuesto a unos tipos llamados aztecas, que aunque bajitos tienen una mala leche de aupa.
Además, entre mis planes ideales de domingo no está el ir a ver un sacrificio humano. Si es que no puedo de pensar en el tipo de Indiana Jones y el templo maldito gritando ¡ca-li-ma! para sacarle el corazón a un pobre desgraciado (que podía haber sido yo) que dicen tiene que servir de aperitivo a un dios con un apetito insaciable.
Y todo para darme cuenta que de pueblo elegido nada y que al final nos vamos todos al garete por pendejos. Por no gestionar nuestros recursos bien. Por pasárnosla dándonos de leches para poder tener más granos de cacao.
Eso en el mejor de los casos. Porque también me podía tocar el que llegasen unos cabrones todavía mayores (porque estos tenían barcos y armas más letales) para esclavizarme, violarme y exterminarme. Y lo peor es que el capullo del sacerdote nos decía que lo que venía era una serpiente emplumada. Manda huevos.

¿Qué hubiese pasado si hubiesen sido los aztecas quienes nos hubiesen “descubierto”?. Quizás estaríamos todos muertos de malaria y dengue. Con los pocos ibéricos que sobrevivieron habitando en Marina D'Or, una de las últimas reservas indígenas donde los nativos sobreviven de vender cerveza barata a los turistas (toltecas y olmecas) y de los espectáculos folklóricos de música bacalao y zarzuela (que aunque no tiene nada que ver, a los turistas les parece más entretenido).

Si es que al final es lo de siempre. Desde que el hombre es hombre un extraño impulso al embrutecimiento le ha hecho seguir a ídolos, sufrir para que unos pocos tengan más e incluso sacrificarse por sus dioses. Todo esto a llevado a la creación de absurdos imperios que nos son más que la caricatura de este fanatismo que no conduce más que a guerras y genocidios.
Esperemos que poco a poco éstos vayan desapareciendo (también los encubiertos) y la raza humana termine evolucionando (no involucionando)

Mikel

P.D: Perdón, pero es que ando un poco negativo estos últimos días

lunes, 26 de julio de 2010

Piropo a la mexicana

Quisiera ser el perno del aro de la llanta del camión que trajo el cemento del lugar donde está parado ese hermoso monumento ¡mamasita!

Mikel

domingo, 25 de julio de 2010

Un palacio frente al mar

Una parada de una hora en Cancún fue tiempo más que suficiente para darnos cuenta de que no era nuestro sitio. Seguimos nuestro camino hasta Tulum, uno de los extremos de la Riviera Maya, uno de los destinos turísticos por excelencia.

Junto a este pueblo están las únicas ruinas mayas que existen frente al mar. A pocos kilómetros de la costa, este pueblo vive del turismo que viene a ver las ruinas o disfruta de uno de los numerosos hoteles en las playas que no tienen nada que envidiar a las de Playa del Carmen o Cancún. Sobre todo porque los hoteles aquí son relativamente pequeños, no pueden superar las dos plantas y por la noche suelen estar bastante muertos. Un rollo cabaña frente al mar que nos parece mucho más agradable que la locura de los resorts de pulserita y todo incluido.

En nuestra primera noche fuimos a parar a un destartalado hostal en la carretera que va al pueblo y que era de los más baratos. Además, ofrecían desayuno y una bicicleta por el mismo precio. Eso sí, el desayuno era una tortilla de peladuras de patata y a las bicicletas, a la que no le faltaba un pedal tenía la cadena rota o el manillar se le movía.

Por la mañana, con las capas de agua y bajo la lluvia que anunciaba un día negro, nos fuimos en búsqueda de un cenote que no quedaba muy lejos y por el que no había que pagar las cantidades astronómicas que te piden en los cenotes más conocidos. Porque el turismo se nota en los precios, y toda la península de Yucatán es más cara que a lo que nos tenía acostumbrados México.En este solitario cenote que tuvimos para nosotros estuvimos buceando y nos prestaron un kayak. Nada del otro mundo y volvía a empezar a llover. Parecía que Tulum no era nuestro lugar.

Cuando volvimos al hostal, empezamos a planificar nuestra partida hacia Chiapas...pero a Palo justo le llegó un e-mail con el correo de Mamen, una sevillana que vive en Tulum y que es buena amiga de una amiga suya. Nos dijeron que preguntásemos por ella en el Cositas Buenas, un bar del pueblo, y allá que nos fuimos. Aunque no estaba ella dejamos un mensaje. Finalmente la localizamos y enseguida nos ofreció su casa para quedarnos todo el tiempo que quisiéramos.

Mamen es una tía salá que llegó hace un par de años a un proyecto en Oaxaca pero las vueltas que da la vida hicieron que terminase en Tulum, con su novio percusionista artista y aprendiendo flamenco. Esa noche la pasamos en su casa, hablando y hablando entre cervecitas. Y hablando de sus aventuras, nos contó que los siete primeros meses que pasó en Tulum había vivido en lo que ella llamaba su palacio frente al mar, una pequeña cabaña sin luz ni electricidad a pocos metros del agua. Y sorpresas que da la vida, ese palacio se nos ofrecía para nuestro disfrute personal todo el tiempo que quisiéramos, nos había tocado la lotería. Y pensar que hacía unas horas nos queríamos haber marchado a Chiapas...

Con la ayuda de Mamen, fuimos hasta la playa donde nos instalamos en nuestro nuevo palacio frente al mar. Un mar de colores turquesas que siempre tenía la temperatura perfecta para bañarse. Con nuestras vecinas las iguanas, nuestros siguientes nueve días transcurrieron casi sin darnos cuenta en medio de una apacible rutina. Paseos por la playa, bañitos a todas horas, siestas en las hamacas, comidas preparadas con paciencia en el fuego de la hoguera, excursiones al pueblo en busca de agua y víveres...

Una de las cosas que teníamos ganas de hacer era ir a ver tortugas marinas, que por esta época salen de noche a desovar en las playas. Una experiencia muy bonita según nos habían contado y la única oportunidad para ver a una tortuga marina fuera del agua. Y resulta que cerca de Tulum está uno de los mayores santuarios de la tortuga marina, así que hacia allí nos dirigimos con la intención de pasar la noche buscándolas. Pero resultó que Xcalcel es un área muy protegida de entrada restringida (aunque nosotros no lo sabíamos) y enseguida nos pillaron el campamento que teníamos montado. Nos dejaron pasar la noche a cambio de no salir de la tienda en toda la noche y sobre todo no pasear por la playa. Esa noche llovió y nos la pasamos combatiendo el calor y los mosquitos en una tienda para dos personas en la que dormíamos los cuatro. Por la mañana amanecimos y nos quedamos con cara de tontos cuando vimos las decenas de hoyos excavados en la arena que habían dejado las tortugas que esa noche habían desovado en la playa.

En ese momento decidimos que no podíamos irnos de Tulum sin ver una tortuga, pero en los días que siguieron llovió constantemente y nos los pasamos leyendo, jugando al ajedrez y cantando para pasar el tiempo. Uno de estos días tormentosos nos dimos un homenaje cocinándonos un rico pescado en las brasas que nos supo a gloria.

Así que hasta unos días después no pudimos ir de nuevo en búsqueda de las tortugas. Pero la espera mereció la pena. Una noche, paseando por una de las bonitas playas de Tulum, no muy lejos de nuestra, casa encontramos unas huellas y cuando las seguimos dimos con ella. Una enorme tortuga caguama que ponía huevos en la arena. Unos minutos estuvimos viéndola emocionados y con los pelos de punta a la luz de la luna. Luego emprendió su camino de regreso al mar, arrastrándose a su lento ritmo para terminar desapareciendo con una blanca ola. Este es el ritual que estos animales en peligro de extinción han hecho durante miles de años regresando siempre por arte de magia a la playa donde nacieron. Pero cada vez lo tienen más difícil, porque a las tortugas no les gusta que las molesten en un momento tan íntimo, y el desarrollo urbanístico y turístico modifica las playas que ya no reconocen o las asusta con tantas luces y ruido y deciden hacer huelga de maternidad y no poner huevos. Nosotros fuimos testigos de este carácter cuando esa misma noche vimos a una tortuga que salía del mar y que unos turistas ignorantes de las normas para poder ver este evento la iluminaron unos segundos y la tortuga dio media vuelta y se volvió al mar sin poner un solo huevo. Una generación perdida.

Después de casi una semana en Tulum por fin habíamos visto a las tortugas, pero ya era jueves y no podíamos marcharnos sin ir ver el festival artístico en el que actuaría Tacón Flamenco, el grupo en el que baila nuestra amiga Mamen. Así que tuvimos que retrasar nuestra partida un día y nuestra última noche la disfrutamos bailando flamenco, escuchando música rock y viendo algún que otro espectáculo de malabares o teatro. Una alegre noche que nos dejó un buen sabor de boca cuando al día siguiente un amable camionero nos llevó hasta Chetumal, a 3 horas de allí, justo en la frontera con Belice.

Allí en Chetumal nos esperaba Alvin, al que habíamos conocido gracias al Couch Surfing y que nos hospedó a los cuatro. Esa misma noche, haciendo honor al sobrenombre de la ciudad: Chetubar; nos fuimos a tomar unas cervezas a casa de su hermana, donde se habían juntado unos amigos y nos echamos unas risas.

Al día siguiente queríamos ir a la laguna de Bacalar, a la que llaman la laguna de los siete colores, pero el tiempo no se puso de nuestra parte y estuvo lloviendo sin parar durante dos días. Dos días que pasamos en casa de Alvin, matando el tiempo como podíamos y saliendo con los pantalones remangados a comprar comida en la tienda de la esquina. ¡Madre mía como llueve en estas latitudes!. Al final parecía que nunca iba a salir el sol y decidimos irnos a Chiapas, pero tuvimos la mala suerte de que ya no quedaban plazas en el autobús, así que teníamos que esperar un día más.

La mañana siguiente empezó con una vibra diferente, como dirían aquí. Era el cumpleaños de Javi y comenzamos con un pastel, unas velas (bueno, un gran velón) y un Cumpleaños feliz. Nos dimos cuenta de que había salido el sol así que aprovechamos y nos fuimos a pasar el día a la laguna de Bacalar donde disfrutamos de sus aguas cristalinas y dulces en las que se podía apreciar su bonito degradado de colores.

Esa noche nos despedimos de Alvin y de sus amigos y también le dijimos adiós al Caribe y a la península de Yucatán, ya que tomamos un autobús que tras siete horas de viaje nos llevaría hasta Palenque, en Chiapas. Empezaba otra nueva etapa en nuestro viaje, en uno de los estados que más ganas teníamos de conocer.

Palo y Mikel

P.D: Podéis ver más fotos de Tulum aquí y de Chetumal y la laguna de Bacalar aquí

domingo, 18 de julio de 2010

La isla del tiburón ballena

El día amanecía cuando llegamos a Chiquilá, donde el primer ferry de la mañana nos llevaría hasta Holbox, la isla del tiburón ballena ya que es el lugar del mundo donde hay mayor concentración de estos escualos que vienen a alimentarse a este lugar donde el plancton es abundante debido a la confluencia de las aguas del Caribe y del Golfo de México.

Esta isla, de tan solo 2 km de ancho pero 30 km de largo es un apacible pueblo de arenosas calles sin asfaltar donde los únicos coches que circulan son carritos de golf. Todo el mundo se conoce y el turismo todavía no está masificado como en otros lugares de la costa caribeña. Aunque el agua no es de un azul turquesa como el del Caribe, las aguas son tranquilas y cálidas y las playas vírgenes parecen interminables. Pero hay algo que no le deja a uno relajarse y disfrutar plenamente. Vuela, tiene seis patas y cuando menos te lo esperas te chupa la sangre. Conocido como zancudo, mosco o mosquito, en esta isla habitan millones y están dispuestos a hacerte la vida imposible. A nosotros nos dieron una desagradable bienvenida que cambió nuestros planes de acampar en la playa. Así que nos fuimos a un camping donde alquilamos una cabaña para los cuatro. Además, disponíamos de una cocina, unas duchas y un lugar donde resguardarse de nuestros pequeños y voladores enemigos durante las terribles horas del amanecer y atardecer.

El día que llegamos era la final del mundial de fútbol. Y si, a nosotros también nos dio la fiebre roja y tras dormir unas horas nos fuimos en búsqueda de un bar donde se televisase el partido. Ambiente no había mucho, pero nuestros gritos seguramente despertaron de la siesta a más de uno. Con una cervecita, y un ceviche de langosta y pulpo al que nos invitó un amable pescador, nos deleitamos con la victoria de la selección (y con el beso de Iker a su novia). Por la tarde nos dejamos encantar por algunas de sus playas llenas de conchas y caracolas, paseando y nadando hasta cansarnos y regresar a casa antes de la hora maldita.

La mañana siguiente llegaron Gema y Cris a la isla. Son dos chicas de Madrid amigas de Lucía que también están de viaje por México y que se animaron a conocer al tiburón ballena. Con estas chicas tan majas, nos echamos unas risas y unas buenas partidas de tute. Sus acentos y expresiones al más puro estilo madrileño nos hicieron recordar Madrid y nos volvimos a contagiar de ellas. Después de tantos meses sin decir coger, colega, tío, majo... Estuvo bien padre.

El día siguiente era el día esperado, ya habíamos hecho el trato con un lanchero que nos llevaría a nosotros solos en una lancha en búsqueda del tiburón ballena. Así que a las ocho de la mañana, y muy nerviosos imaginándonos este gigantesco animal, nos embarcamos en la lancha y zarpamos en su búsqueda. Tras buscarlo durante una hora y media, y después de emocionarnos al ver algunos delfines, una tortuga, peces voladores y algunas mantas raya gigantes dimos con él.

El tiburón ballena es el pez más grande que existe, puede llegar a medir hasta 20 metros de largo. Pero todo lo que tiene de grande, lo tiene de pacífico, ya que sólo se dedica a nadar y nadar con la boca abierta filtrando agua en búsqueda de plancton. Cubierto de lunares que le dan un toque de lo más flamenco, este animal se ha convertido en el principal atractivo turístico de la zona, lo que ha llevado a establecer una serie de estrictas normas que regulan la manera en la que se puede ver. Nada de buceo con tanques, nada de tocarlo ni de ir por libre. No se puede bucear con tanque, el chaleco es obligatorio y tan sólo pueden bucear dos personas a la vez, siempre acompañadas de un guía.

Tras esperar nuestro turno y colocarnos en la trayectoria del tiburón nos lanzamos al agua con el corazón latiendo a toda velocidad. Enseguida, de la azul oscuridad surgió la figura de este gigante marino que pasó a menos de un par de metros y que nos transmitió una sensación de paz difícil de expresar. Nadando siempre a contracorriente, tras unos pocos minutos nos dejó atrás y otra pareja se lanzó al agua a disfrutar de su compañía. Así hasta que el tiburón decidió descender y perderse de nuevo en la oscuridad del fondo marino. Cuando subimos de nuevo a la lancha tan sólo podíamos gesticular y gritar ¡que fuerte!. Y si la primera vez nos pareció increíble minutos más tarde encontramos a otro tiburón todavía mayor que pudimos disfrutar sin tantas lanchas alrededor y mucho más de cerca. Casi podíamos tocarlo. Algo indescriptible.

Con una sonrisa en la cara nos dirigíamos de nuevo al puerto cuando vimos dos mantas raya gigantes (también conocida como manta diablo) que jugaban en la superficie. Una verdadera suerte porque tan sólo cuando nadan en parejas se muestran curiosas y no huyen. Así que nos volvimos a calzar las aletas y ponernos las máscaras y saltamos de nuevo por la borda. Otra vez resultó ser una experiencia mágica el nadar con estos animales que se nos acercaban tanto que hasta nos llegaron a rozar. Animales de ondulante cuerpo que con sus enormes bocas abiertas y sus dos metros de envergadura (lo decimos porque parecen aves submarinas) imponen mucho.

Con este regalo de despedida inesperado nos marchamos de la isla a la mañana siguiente. Nos despedimos de nuestras amigas Gema y Cris a las que esperamos encontrar de nuevo en algún momento y otra vez nos subirnos al mismo ferry que nos había traído a esta apacible isla. Nos esperaban las turquesas aguas del Caribe, su blanca arena... y un palacio frente al mar.

Palo y Mikel

P.D: Podéis ver más fotos aquí

martes, 13 de julio de 2010

Reencuentro en tierras mayas

Habrá quien piense en el suicidio si le dicen que tiene que pasar 22h en un autobús. A nosotros, será ya por la costumbre, se nos pasaron volando. Ocho horas de sueño, tiempo para leer y escribir y alguna que otra película para entretenerse. ¿Qué más se puede pedir?.

Pues puestos a pedir, podíamos haber pedido que al llegar pudiésemos poner los pies en tierra firme Porque cuando llegamos a Mérida, sus calles parecían canales venecianos. Tres días de intensas lluvias habían inundado la ciudad que parecía ignorar el diluvio que caía. Nosotros, con las chanclas calzadas, los pantalones bien remangados y las capas de agua a modo de túnicas nos recorrimos la ciudad en búsqueda de la parada de autobús para ir a casa de Rosalba, nuestra siguiente anfitriona (CS). Más de una broma escuchamos al pasar con nuestras pintas de jorobados. Está claro que el conjunto macuto y capa de agua no es el atuendo más glamuroso del mundo. Pero ande yo caliente...

Y por fin tras mucho navegar llegamos casa de Rosalba, que vive con dos de sus hijas, su nieta, y cinco perros, la mayoría hembras. Una casa llena de energía femenina en la que disfrutamos de un cuarto de princesas lleno de muñecas y ropa. Estuvimos charlando con Rosalba mientras esperábamos la llegada de Javi, nuestro amigo que se iba a unir desde Colombia para recorrer parte de México y Centroamérica juntos, cuando un taxi se paró en la puerta de casa. Pero cual fue nuestra sorpresa (bueno, la de Palo porque Mikel era cómplice) cuando después de Javi, otra persona más bajo del coche. Era Lucía, amiga de Palo y compañera de piso en nuestros tiempos de Villabalcón, que también se ha unido a recorrer con nosotros las tierras americanas.

Así que a partir de ahora, y hasta no sabemos cuando, cuando hablemos de nosotros nos referiremos a esta nueva “familia” de cuatro. Nuevos aires y nuevos tiempos para esta aventura que cada día nos depara nuevas sorpresas.

Llenos de alegría y sin saber muy bien que decir pero queriéndolo decir todo, nos fuimos a cenar y hablamos, hablamos y hablamos...Y entre tanta plática, se nos pasaron dos días en Mérida. La lluvia se fue pero nos dejó un calor y una terrible humedad que nos hizo refugiarnos en la sombra de los árboles de los parques de la ciudad. Menos mal que por la noche se estaba agusto y pudimos ir a ver una bonita serenata yucateca, una velada folclórica amenizada con baile, música y poesía.

Mérida fueron días de encuentro y readaptación a un México muy diferente a los que habíamos visto. Atrás quedaron sombreros de vaquero, paisajes desérticos, música de banda norteña o el acelerado ritmo del DF. Ahora se lucen guayaberas, se escucha salsa y se habla como cantando. Infinitos méxicos en un solo país.

Después de Mérida nos fuimos a Pisté, el pueblo más cercano a las ruinas de Chichen-Itzá. Allí encontramos un destartalado hotel con pinta de haber tenido tiempos mejores en el que por pocos pesos nos dejaron una cabaña donde colgar nuestras hamacas. Allí pasamos un día tranquilo, disfrutando de la piscina del hotel y cocinando a fuego lento.

A la mañana siguiente nos fuimos caminando hasta estas archifamosas ruinas cuya pirámide principal está considerada una de las nuevas Siete Maravillas del Mundo. Y la verdad es que son bien bonitas, aunque aquello parece Disneyland con tanto turista y tanto vendedor de los mismos recuerdos que se ven en todo México, ya sean ruinas mayas, aztecas o lo que sea. Y otra vez, como nos pasó en Teotihuacan nos dio rabia el que no hubiese explicaciones más detalladas de las ruinas. Nosotros nos acordábamos de la charla sobre astronomía maya a la que fuimos en Ensenada y en la que nos explicaron muchos de los secretos de las edificaciones mayas de este lugar, como los del llamado “observatorio”, un templo con una curiosa estructura cuyas puertas revelan decenas de alineaciones con estrellas en días concretos de año. Impresionante también fue el campo para jugar a la pelota. Un juego practicado por muchas de las civilizaciones mesoamericanas en la que cada equipo intenta introducir una pesada pelota de caucho por un aro situado en los muros laterales golpeándola con las caderas y los hombros. Un juego ritual en el que el capitán del equipo ganador era sacrificado en honor a los dioses. Y por supuesto el llamado “Castillo”, la pirámide de Kukulcan (el equivalente maya a Quetzalcoatl) que cada equinoccio de primavera desciende por una de las escalinatas en forma de sombra zigzagueante (Kuculcán es una serpiente emplumada) para indicar el comienzo de las lluvias y regresa a las alturas de nuevo en el equinoccio de otoño indicando el momento de siembra. Una estructura que además es un calendario gigante cuyos niveles, escalones y lados se combinan matemáticamente para revelar diferentes ciclos y etapas del calendario maya.

Tras esta visita arqueológica que terminó con un gran aguacero (en el sur de México en esta época a uno le puede llover en cualquier momento) nos fuimos al bonito pueblo de Valladolid. Allí paseamos por sus calles tranquilas y coloridas y nos tomamos más de un café esperando a que diesen las tres de la mañana que era a la hora que pasaba el único autobús a Chiquilá donde tomaríamos el ferry a la isla de Holbox, la isla del tiburón ballena.

Palo y Mikel

P.D: Podéis ver más fotos aquí

domingo, 11 de julio de 2010

¡Viva la vida!

Viva la vida es la frase que escribió Frida Khalo en el último cuadro que pintó antes de morir. Alegre descaro de una mujer que ya no podía soportar los dolores que la habían postrado en una cama y le habían arrebatado una pierna. Dicen que reía a carcajadas aunque en sus cuadros siempre se retratase con el semblante serio. Lienzos en los que expresaba su dolor y su pasión. Dolor de cuerpo y de corazón. Pasión por vivir y por amar. Pasión pintada en una sandía.

Palo y Mikel


sábado, 10 de julio de 2010

El comunista y los dos pintores


El otro día visitamos la casa-museo en el que León Trotsky vivió en México y fue asesinado.
El fundador del Ejército Rojo y mano derecha de Lenin llegó a México de Noruega, lugar de su último exilio, donde las presiones soviéticas habían conseguido ponerle bajo arresto domiciliario. El acuerdo firmado por el presidente Lázaro Cárdenas había sido posible gracias a la insistencia del pintor mexicano Diego de Rivera, un ferviente comunista cuya amistad con Trotsky posiblemente le valió la expulsión del Partido Comunista Mexicano y que por aquel entonces era una verdadera eminencia en México. De hecho, a su llegada a México el ideólogo comunista se alojó durante varios meses en la Casa Azul, en Coyoacán, residencia de Rivera y Frida Khalo, con la que dicen llegó a tener una aventura.

Tras discutir con Rivera se instaló en una casa a pocas cuadras de la Casa Azul, en la calle Viena, donde pasaría los últimos meses de su vida. Esta es la casa que visitamos y que sorprende por la austeridad con la que vivía este intelectual que se pasaba 12h en su escritorio teorizando y escribiendo. Una casa totalmente fortificada (posiblemente sería la persona más amenazada de aquellos años) aunque bastante pequeña, que compartía con su mujer, sus secretarías y el servicio doméstico.

Y fue aquí donde sufrió dos atentados, uno de ellos que acabó con su vida. El primero, desconocido para mí hasta que no he visitado su casa, liderado por el maestro David Alfaro Siqueiros, uno de los más importantes pintores mexicanos, hoy paradógicamente enterrado junto a Rivera en la Rotonda de los hombre ilustres de la capital mexicana. Un atentado que le valió al muralista el exilio a Chile y Cuba y que además de intentar acabar con su vida pretendía incendiar los archivos que albergaba la casa y destruir los manuscritos en los que trabajaba Trosky en ese momento: una biografía (nada halagadora seguro) de Stalin.
Pero no tardó la máquina soviética en alcanzar su objetivo de asesinar al “hereje” fundador de la Cuarta Internacional. Tres meses más tarde, el agente estalinista Ramón Mercader logró clavarle un piolet en la cabeza. Infiltrado en el círculo de Trotsky bajo la identidad de Jaques Monard, un periodista belga, el catalán se presentó en la casa de Trostky para enseñarle un artículo que había escrito. Ya en su despacho, mientras Trostky leía el escrito, sacó el piolet que escondía bajo su gabardina y brutalmente se lo clavó en la cabeza.

A su cortejo fúnebre acudieron más de 300.000 personas, algo nada desdeñable para una ciudad que por aquel entonces no contaba más que con 4 millones de habitantes. Las cenizas de comunista descansan junto con las de su bienamada esposa Natasha en el jardín de la que fue su último hogar. Lejos de la Unión Soviética, donde un Stalin aliviado se preparaba para entrar en la mayor guerra de la historia.

Mikel

P.D: Así comenta brevemente Eduardo Galeano en su libro Memoria del fuego III, el siglo del viento, sobre Trotski y su paso por México:
Cada mañana se sorprende de despertarse vivo. Aunque su casa tiene guardias en los torreones y está rodeada de alambradas eléctricas, León Trotski sabe que es una fortaleza inútil. El creador del ejército rojo agradece a México, que le ha dado refugio, pero más agradece a la suerte:
-¿Ves, Natasha?- comenta cada mañana a su mujer-. Anoche no nos mataron, y todavía te quejas.
Desde que Lenin murió de su muerte, Stalin ha liquidado, uno tras otro, a los hombres que habían encabezado la revolución rusa. Para salvarla, dice Stalin. Para apoderarse de ella, dice Trotski, hombre marcado para morir.
Porfiadamente, Trotski sigue creyendo en el socialismo, por muy sucio que esté de barro humano. Al fin y al cabo, ¿quién podría negar que el cristianismo es mucho más que la Inquisición?

P.D: Acaban de sacar un libro muy interesante que narra la vida del dirigente comunista y de su asesino. El hombre que amaba a los perros de Leonardo Padura. Ed. Tusquets.

jueves, 8 de julio de 2010

El lugar donde sucede todo: México DF (parte 2)

Cuando nos levantamos y tras un buen desayuno, nos fuimos paseando hasta el Bosque de Chapultepec, donde se encuentra el Museo Nacional de Antropología, uno de los mayores atractivos del DF. Justo antes de entrar tuvimos la suerte de ver “el baile de los voladores”, una danza ritual de los indígenas Totonac del Tajín en Veracruz en el que cinco personas se suben a un altísimo poste y mientras uno de ellos se queda sentado y toca ritmos tradicionales, los otros cuatro, con cuerdas atadas a la cintura y boca abajo comienzan a descender dando vueltas alrededor del poste. Una especie de puenting a cámara lenta y con menos medidas de seguridad ya que no llevan arnés.

Y después de esta sorpresa, tocó una completa inmersión de varias horas en las civilizaciones precolombinas: mayas, aztecas, toltecas, olmecas...En este museo está todo y muy bien explicado, algo que echamos de menos cuando visitamos ruinas o yacimientos arqueológicos. Aprendimos sobre la sabiduría astronómica de los mayas, la cosmogonía tolteca, la obsesión de los olmecas por la cabeza o los sangrientos rituales de los aztecas.

A la salida aprovechamos y estuvimos paseando por el Bosque de Chapultepec, el pulmón del DF donde se encuentran algunos de los museos más importantes.

Esa noche, tras despedirnos de Andrea muy agradecidos por su hospitalidad, cogimos los macutos y nos fuimos al barrio de Universidad donde vive Carlos (Cheli para los amigos) junto con sus cuatro compañer@s de piso y l@s dos o tres amig@s que andan de paso. Carlos es amigo de un compañero de Mikel de la ODS y no dudó ni un segundo en ofrecernos su casa durante el tiempo que quisiéramos. Es más, su compañera de piso nos ofreció dormir en su cuarto con ella ya que todos los sofás estaban ocupados. Una casa llena de vida donde te puedes encontrar a alguien jugando a la videoconsola a altas horas de la madrugada o donde puedes unirte a muchos de los planes que surgen continuamente. Nosotros nos fuimos con ellos a jugar a los billares al barrio de Roma, y otra noche nos juntamos unos cuantos para ir a Xochimilco, donde están las famosas trajineras, que son unas enormes barcas cubiertas que se alquilan con gondolero, música y velas; para recorrer los canales (así era el DF cuando llegaron los españoles). Nosotros lo pasamos de lo lindo bebiendo tequila y escuchando a los músicos que nos abordaban y a los que demasiada gente había pagado con alcohol y tabaco.

Uno de nuestros días en el DF lo dedicamos casi en exclusiva a visitar Teotihuacan, las ruinas de una antigua civilización mesoamericana muy anterior a los aztecas y que estos consideraron un lugar sagrado y de peregrinaje ya que ahí pensaban que allí nació Quetzalcóatl, principal deidad común a todas las culturas mesoamericanas. Las principales construcciones son dos inmensas pirámides dedicadas al sol y a la luna, y la Calzada de los Muertos a cuyos laterales se encuentran los restos de numerosas casa y palacios. Y todo eso construido sin la ayuda de animales de carga o herramientas de metal.

Otro de los días también lo dedicamos en exclusiva a Coyoacán, un pintoresco y bohemio barrio de las afueras (antes era un pueblo). Allí nació y vivió toda su vida Frida Kahlo en la Casa Azul, ahora convertida en un museo dedicado a la vida de esta pintora. Allí aprendimos sobre su atormentada vida, lo que nos ayudó a comprender sus obras. Su vida quedo marcada por el sufrimiento físico que comenzó con la polio y continuo con diversos accidentes. Gran parte de sus pinturas las realizó postrada en su cama y en ellas queda reflejada su lucha contra el dolor y los convencionalismos sociales así como su gran fuerza y su amor por la vida y por Diego de Rivera, con el que tuvo una apasionada y tortuosa relación.

Cuando salimos nos dirigimos a la casa en la que Trotski pasó sus últimos días de vida. Una pequeña y humilde fortaleza que de nada le sirvió a este ideólogo comunista que murió allí asesinado.

Después de unos días en casa de Cheli y sus estupend@s compañer@s de piso, nos mudamos por segunda vez a lo que sería nuestro tercero y último hogar en el DF, la casa de Jennifer y Arturo.Esta pareja de cuentacuentos nos abrió su casa de par en par gracias a Irene, una amiga de Madrid que les conoció de viaje. De hecho, ellos también recorrieron durante un año América contando cuentos y atesorando experiencias y buenos recuerdos. La conexión fue muy buena desde el principio y con ellos nos fuimos a visita y charloteo durante todo un día. Visitamos el precioso Palacio de Bellas Artes, cuyo interior está decorado con murales de los tres grandes maestros mexicanos de esta disciplina: Rivera, Orozco y Siqueiros. Además, tuvimos la suerte de poder ver una exposición de Magritte en su interior. También con ellos nos fuimos a visitar el famoso mural de Diego de Rivera: “Sueño de una tarde de domingo en la alameda” que se encuentra en un edificio construido exclusivamente para albergarlo y que disfrutamos mientras un pianista en directo deleitaba a los visitantes. Y por si nuestros anfitriones no hubiesen hecho suficiente ya por nosotros, se empeñaron en invitarnos a comer a un rico restaurante en el bonito barrio de la Condesa, donde tomamos un riquísimo pescado. Vaya par de ángeles de la guarda nos habíamos encontrado. En la comodidad de su casa aprovechamos para relajarnos, ver alguna peli que otra, prepararles una rica comida española y descansar de la vorágine de esta inmensa metrópolis.

Como colofón a nuestra visita, aprovechamos el último día para conocer el famoso campus de la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México) que no pudimos disfrutar en su pleno esplendor ya que las clases habían finalizado y estaba bastante vacío. Alucinamos con su inmenso tamaño, ya que cuenta con más de 300.000 alumnos y 35.000 profesores, un equipo de la primera división mexicana de fútbol, varios museos, decenas de facultades, un estadio olímpico y hasta una reserva ecológica. La más prestigiosa universidad de América Latina, epicentro de importantes revueltas sociales en el 68 (que culminaron con la matanza de Tlatelolco en la que fueron asesinados centenares de estudiantes) y una maravilla arquitectónica que le ha valido el premio Príncipe de Asturias de humanidades.

Esa tarde, mientras el cielo se derrumbaba sobre nuestras cabezas nos despedimos del DF para partir a tierras lejanas. Atrás dejábamos una frenética ciudad en la que siempre hay algo que hacer y a quien nadie deja indiferente. Teníamos por delante nada más y nada menos que 22 horas en un autobús que nos llevaría hasta Mérida (Yucatán) donde nos esperaba nuestro amigo Mingo con una gran sorpresa.

Palo y Mikel

P.D: Podéis ver más fotos aquí

martes, 6 de julio de 2010

El lugar donde sucede todo: México DF (parte 1)

Después de haber estado viajando durante más de dos meses por gran parte de México, uno ha escuchado mucho sobre el DF. Que si es gigante, que si se tarda cuatro horas en cruzarla, que si cuidado con los atracos y ojito en el metro con los carteristas, que disfrutásemos de los museos y de la arquitectura, que si la comida está muy rica, que si están los murales más famosos, que en México todo sucede en el DF... La verdad es que aunque nos habían metido un poco de miedo en el cuerpo, sabíamos que no nos lo podíamos perder. Y como madrileños que somos, sabemos que las capitales a veces tienen una mala reputación que no se merecen.

Lo cierto es que la ciudad nos recibió con los abrazos abiertos. El primer día lo decidimos pasar en Tepozotlán (hace años un pueblecito a las afueras del DF convertido ya en un suburbio más), donde nuestros amigos Juan Carlos y Jessi viven y a cuya estación vinieron a buscarnos. A esta pareja tan especial la habíamos conocido hacía unos meses en la Barranca del Cobre, y entre tequila y tequila les habíamos prometido una visita. Y además resultó que era un día especial porque jugaba la selección de México, y Juan Carlos es un gran aficionado del fútbol. Lástima que no les trajimos suerte, porque ese día la selección mexicana fue eliminada del mundial. Nosotros lo vivimos con pasión mexicana, y además disfrutamos del delicioso mole y lo pasamos como enanos con sus hijas.

Luego nos fuimos con ellos de tarde de domingo: paseo por la plaza del pueblo,heladito y espectáculos de gorra. Y como colofón, una multa de aparcamiento gracias a la cual aprendimos como funciona esto de la mordida, una práctica a la que según nos cuentan ningún policía es ajeno.

Aprovechando que la ciudad estaría tranquila (algo raro en el DF) tras la derrota de la selección, nuestros amigos nos llevaron al centro de la ciudad, concretamente al barrio de Polanco, donde vive Andrea, una amiga de Mikel que nos hospedaría unos días.

Fue extraño nuestra sensación circulando por la Avenida de la Reforma ya que una tuvimos una inesperada sensación de estar paseando por la Castellana. Sin embargo, después de ver iluminado el Palacio de Bellas Artes también le vino a Mikel el recuerdo de Buenos Aires.

A la mañana siguiente amanecimos entre ruidos de bocina y taladros en un cuarto pintado de gotelé, y por unos segundos creímos habernos levantado en Madrid. Como no sabíamos por donde empezar, decidimos ir a lo más típico, la inmensa plaza del Zócalo. Y para llegar hasta allí cogimos el metro por primera vez (que por cierto tan solo cuesta 20 céntimos) y lo sufrimos aunque también disfrutamos un poquito. Un lugar en el que los vagones parecen latas de sardinas (al menos hay un vagón para mujeres y niñ@s), en el que los vendedores de todo tipo de artilugios intentan ganarse la vida y donde es venerada una mancha de humedad que dicen, es la aparición de una Virgen.

Por fin llegamos a la archiconocida plaza del Zócalo, que estaba invadida por una pantalla gigante para ver el mundial y por el SME, el Sindicato Mexicano de Electricistas que desde hace más de un año reclaman la devolución de sus puestos de trabajo. El centro del centro, un lugar lleno de vida y de policías. Policías de un “cuerpo” bien relajado que pueden verse en corros de cháchara, leyendo el periódico o sentados en algún puesto de tacos.

Un lugar también un tanto inestable que poco se va hundiendo. La ciudad se encuentra sobre un lago (el lago Tenochtitlán) que poco a poco fue desecado y relleno con arena que no soporta el enorme peso de las enormes construcciones coloniales y que está cediendo dejando una curiosa estampa de edificios borrachos con muros inclinados y pisos en pendiente. Una sensación que en lugares como la catedral llegan a ser verdaderamente cómicos. Una catedral, la metropolitana, que por cierto nos gustó mucho y que no se parece a las recargadas catedrales de otros lugares de México. Llena de espectaculares altares y lugar del veneración del Señor del Veneno, una talla cuyos pies cuenta la leyenda fueron impregnados de veneno por un enemigo del sacerdote que oficiaba y que en el momento que este fue a besarle los pies se encogió y dobló las rodillas para que el párroco no fuese envenenado, tornándose negra la talla a causa del veneno.

Tras visitar la catedral entramos en el Palacio Nacional donde se encuentran los espectaculares murales que Diego de Rivera pintó sobre la historia de México. Más de 20 años tardó el maestro en retratar las culturas precolombinas y en elaborar un mural central donde se encuentran los personajes más importantes de la historia de México y que está flanqueado por otros dos murales, uno que sintetiza el periodo anterior a la llegada de los españoles y un tercero que constituye una mordaz y encarnizada crítica a la sociedad mexicana titulado: El mundo de hoy y del mañana; que está presidido por un Marx que guía al pueblo Mexicano en la destrucción del viejo orden, corrompida y oprimida por la clase política, el clero, el ejército y los intereses extranjeros.

Nuestro paseo por el centro prosiguió hacia la Plaza Garibaldi, donde los mariachis esperan en la sombra del parque a ser contratados para alegrar una fiesta o enamorar una chiquilla. También allí se encuentran algunas de las pocas pulquerías que quedan en México. Pulquerías que nos son más que bares donde sirven pulque, una bebida de gente ruda y de gaznate curtido que proviene de la omnipresente planta del Maguey y que tiene una textura viscosa y un sabor a fuego.

Y justo cuando íbamos a finalizar nuestra jornada de turisteo con un paseo por la antaño exclusiva Alameda, recuerdo del Porfiriato; nos encontramos con multitud de gente que cargaba figuras de San Judas Tadeo. Y de tanta gente que vimos (y que ya habíamos visto todo el día) le terminamos preguntando a una chicas que nos explicaron que el día 28 de cada més en la iglesia dedicada a este santo una misa especial donde se bendicen las figuras a este santo que en México tiene tantos devotos. Así que curiosos nos dirigimos a esta iglesia donde nos encontramos con cientos, de fieles con sus estatuillas de todos los tamaños imaginables, ataviados con todo tipo de parafernalia: gorras, camisetas, medallas, collares, pendientes, estampitas, etc) donde se podía escuchar a lo lejos a un sacerdote oficiando una misa que competía con los gritos de vendedores de comida, tabaco o medallas. Todo un espectáculo de fervor religioso muy a la mexicana.

Después de tener este primer día para ubicarnos en la gran ciudad, el segundo fue mucho más vivencial. Por la mañana nos fuimos a la casa de unos españoles amigos de Andrea, nuestra anfitriona, donde había una reunión muy a la española, con tortilla, paella y gazpacho; para disfrutar del partido de la selección. Fue como estar en casa con tanta furia roja, ya que armados con bocinas, camisetas y bufandas, no se paró de animar a la selección hasta el punto de que grafitearon su propio apartamento con un ¡viva España!, fruto de la Mahou y de la euforia.

Y después de este folclórico episodio, nos fuimos de nuevo al centro a ver más murales, un arte que en México nos está enamorando, no solamente por la belleza de las obras sino sobre todo por su significado y la repercusión que tuvieron. Esta vez fuimos a la antigua Escuela Nacional Prepatoria cuyos pasillos están decorados con obras de José Clemente Orozco, cuyos pasos habíamos empezado a seguir en Guadalajara. En las escaleras principales se encuentra el escalofriante mural de Cortés y la Malinche, que observan desnudos al espectador.

A la salida nos dirigimos a la Alameda, donde nos unimos a la manifestación por la liberación de los presos políticos de Atenco, situación de la que ya teníamos conocimiento y la cual queríamos apoyar. Y fue muy bonito descubrir que al día siguiente la Corte Suprema liberó a los doce detenidos y reconoció que el juicio en el que fueron condenados había sido una farsa.

Tras la manifestación nos fuimos a tomar unas cañas con unos amigos del Patio Maravillas que sorprendentemente nos habíamos encontrado en esta ciudad de 20 millones de personas. Y es que el mundo es un pañuelo. Un día más llegamos por la noche a casa molidos de tanto caminar por esta inmensa ciudad en la que cada vez nos sentíamos más tranquilos y contentos con todo lo que se nos iba ofreciendo. Este retorno era un placer imaginándonos la estupenda cama que nos esperaba ya que Andrea, muy gentilmente, nos ofreció su habitación. Muchas gracias.

Palo y Mikel

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