viernes, 22 de octubre de 2010

Viajando por Guate

Viajar por Guatemala es toda una experiencia que poco tiene que ver con a lo que un europeo está acostumbrado.

Su extenso sistema de transporte consiste en 3 métodos básicamente.

Primero están las shuttles, que son furgonetas que viajan con el número legal de pasajeros y que conectan los principales destinos turísticos de manera directa. Una especie de furgoneta de tour que se contrata en cualquier lado con más de 4 turistas y que, eso sí, un poco más caros los otros dos métodos, ya que esta es la forma preferida de viajar de los turistas y en el raramente se ve guatemalteco alguno

El segúndo método es el de los llamados “chickenbus” Se trata de antiguos autobuses escolares estadounidenses convertidos en coloridos autobuses de linea. Sus bancos corridos sin reposacabezas y en ángulo de 90grados son tortuosos y la separación entre asientos está hecha pensando en niños, no en un tipo de 1,83. Todos los autobuses están decorados y “tuneados” por sus conductores, que les ponen nombres (“Fortachón”, “Gracia de Dios”, etc) y les instalan grandes equipos de música donde deleitar a los pasajeros con el último hit del grupo estrella de Huehuetenango. Estos autobuses van a todos lados y salen constantemente y tienen la ventaja de que te paran o te recogen en cualquier punto de la ruta. Lo malo es que en Guatemala muy poca gente tiene coche y esto hace que la demanda sea enorme lo que hace que el transporte se masifique. En los chikenbus es muy común estar sentado 3 personas en cada banco de dos y gente de pie, puede que trasladando algún pollo o hasta un cerdito. Este fue nuestro primer medio de transporte y la verdad es que aunque es muy entretenido todas las cosas y personas que se suben al bus que al principio no se sufre tanto el viajar mordiéndote las rodillas y con el culo dormido.

El tercer método y a mi parecer el más sufrido es el de las “combis”, furgonetas en las que han conseguido encajar muchos asientos. En un principio nos parecieron de la categoría de las shuttle . Esta falsa impresión pronto se desvaneció cuando a los 5 min. De trayecto ya empezábamos a compartir asientos. Trayectos interminables en las que aunque un piense que ya no se puede detener a recoger a nadie más porque estamos más que llenos, el conductor se para y suben 5 hombretones con sombrero y todo y algún niño y hacen falta 5 intentos para cerrar la puerta de la furgoneta. Al final, nuestro record fue de 30 personas en una furgoneta que si normalmente es equipada para 11 personas, estaba equipada para 15 personas. Una verdadera maravilla del contorsionismo popular.

Uno de los problemas añadidos de estos dos últimos métodos es que Otro problema para el turista es que los guatemaltecos no acostumbran a hacer viajes muy largos como hacen los “gringos” que viajan recorriendo alejados núcleos turísticos. Así que para moverse largas distancias es necesario agarrar muchos medios de transporte. Esta causa y la comodida es por lo que la mayoría de los turistas elijan el método de las “shuttle”. Nosotros en un mismo viaje hemos agarrado 1 autobús, 1 taxi, dos combis y una barca. Una experiencia que convierte el día en una especie de prueba agotadora. Eso sí, uno puede llegar a cualquier sitio, por muy pequeño o recóndito que sea, siempre hay alguien dispuesto a sacarse unos pesos haciendo de transportista con su camioneta.

Nosotros, que viajamos sin prisa, a paso lento, preferimos el método popular. Uno se ahorra unos quetzales que le dan para la comida de ese día. Además así se conoce mejor el país, desde una señora que va al mercado de un pueblo cercano a vender sus verduras hasta a un grupo de 6 hondureños preocupados por como cruzar la frontera con México sin que les agarren los de emigración. Además, con el tiempo se desarrolla una resistencia sorprendente y para nosotros ya 5h de viaje en un autobús como los de España nos parece un verdadero placer. Nuestro último viaje fue de 15h cambiando 6 veces de medio de transporte, sin esperar más de 10 min. a que saliese el siguiente.

Aunque conviene descansar de vez en cuando, establecerse unos días o unas semanas en un sitio y no subirse en un tiempo a ningún vehículo con ruedas y reducido espacio. Para nosotros ese espacio se llama por ahora San Cistobal de las Casas.

Mikel



domingo, 17 de octubre de 2010

Entre nubes y volcanes: Empieza Guatemala

A las ocho de la mañana nos recogió la furgoneta que nos llevaría hasta la Ciudad Cuauhtemoc en la frontera con Guatemala. Por suerte Bernard y unos amigos suyos también viajaban a Guate con nosotros (aunque su destino era otro) y el viaje fue ameno. Cuando llegamos a la frontera nos enteramos que la furgoneta que tenía que recogernos en La Mesilla, en el lado guatemalteco de la frontera, llegaría con 3 horas de retraso debido a nuevos derrumbes en la carretera. Así que nos armamos de paciencia (todavía nos quedaban muchas horas hasta nuestro destino) y pasamos el rato echando partidas de ajedrez, haciendo macramé y charlando. También allí nos sellaron el pasaporte y nos dieron 90 días para estar en el país, aunque a Paloma le hicieron el lío y le cobraron 2€ que en teoría no debían cobrarle. Las fronteras en estos países son así...
Por fin llegó nuestra furgoneta y comenzó el resto del trayecto hasta Quetzaltenango, la segunda ciudad más grande de Guatemala. En la carretera (la panamericana) comprobamos los destrozos que había causado el temporal que había azotado el país hace escasos días. Decenas de derrumbes habían bloqueado la carretera que ahora se podía transitar, aunque lentamente, gracias a los estrechos pasos abiertos. La única carretera de dos carriles por sentido que hemos visto en Guatemala se encontraba casi inservible por los derrumbes que según nos contaron habían sucedido hace ya más de una semana aunque los trabajos de limpieza no habían comenzado practicamente.
Tras casi 12 horas de viaje llegamos a Xela, que es como todo el mundo conoce aquí a la ciudad de Quetzaltenango. Esta ciudad, aunque no tiene grandes encantos se encuentra situada en la zona del altiplano guatemalteco y es un excelente punto de partida para realizar numerosas excursiones a los volcanes y montañas de esta región. Porque lo primero que nos llamó la atención desde que entramos en Guatemala es precisamente lo escarpado del terreno y las inmensas montañas que se pueden ver por todos lados. Y el más alto de todos es el volcán Tajomulco, el cual alcanza la impresionante altura de 4220 metros. El punto más alto en todo Centroamérica cuya ascensión se convirtió en nuestro primer reto.
En el hostal al que fuimos parar precisamente se encuentra también el local de Quetzaltrekkers, una organización de voluntarios que organizan diversas excursiones y cuyos fondos destinan a financiar una escuela y un hogar de niñ@s de la calle. Dio la casualidad que cuando llegamos había un grupo que se estaba preparando para subir al día siguiente al Tajomulco. La verdad es que nosotros veníamos con la intención de hacerlo por nuestra cuenta pero habíamos abandonado nuestra idea al sentir el frío que hacía en Xela (que está a la mitad de la altura), pero al conocer la organización y ver que salía un grupo al día siguiente nos animamos a subir con ell@s. Así que esa noche preparamos nuestras mochilas con todo el equipo que nos dieron, que serían unos 13 kilos de comida y ropa de abrigo que nos acompañarían hasta la base del cráter donde acamparíamos.
Sólo pudimos dormir unas horas porque a las cinco de la mañana salimos rumbo a la base del volcán que se encuentra a tres horas de camino. El grupo era curioso. Además de los guías (un chino, una estadounidense y un chico de Bilbao) nos acompañaban cuatro israelís, tres de ellas ortodoxas. Eso significaba que no comían nada que no fuera kosher, lo cual no es nada fácil si estás de viaje en Guatemala, tenían que llevar sus propios platos, cubiertos y cacerolas puesto que no podían haber tocado carne. Eso motivó que durante estos dos días que estuvimos junt@s hablásemos mucho sobre Judaísmo, Israel y las exigencias de una vida como las suya.
Quien nos iba a decir a nosotros que aprenderíamos tanto sobre ese tema en lo alto de una montaña en Centroamérica.
La ascensión fue una verdadera aventura de la que disfrutamos enormemente. Cinco extenuantes horas de subida cargando nuestras pesadas mochilas hasta la base del cráter donde acampamos y nos preparamos la cena entre charlas y caladas a una shisha que uno de los israelís cargaba con el a todas partes. Con la caída del sol llegó el helador frío que nos hizo abrigarnos como si estuviésemos en el Polo Norte y que nos llevó a la cama bien pronto. A las cuatro de la mañana sonó el despertador y con temperaturas por debajo de los cero grados comenzamos la ascensión de los últimos 200m para ver el amanecer desde la cima. Uno de los amaneceres más hermosos que jamás hayamos visto. Un mar de nubes del que asomaban numerosos volcanes como islas y al fondo, en el horizonte el rojo sol que poco a poco iba asomando. Al oeste se erguía una kilométrica sombra piramidal que llegaba hasta México como si estuviese señalando algún mágico lugar y justo tras nosotros estaba el inmenso cráter que permanecía oscuro y durmiente ajeno al sol que ya asomaba. Tras media hora de contemplación y un “saludo al Sol” regresamos al campamento a desayunar y tras ello descendimos, mucho más rápido de lo que lo subimos, el Tajomulco. Misión cumplida.
De recompensa en la base nos esperaba una riquísima comida y otras 3h de regreso a Xela.
Esa tarde como os podéis imaginar estábamos hechos polvo pero gastamos nuestros últimos cartuchos de energía visitando la feria de la ciudad y tomando un cerveza en una fiesta que los voluntarios de Quetzal Trekkers organizaban para recaudar fondos.
Al día siguiente, aprovechando que ya habíamos entrado en la dinámica de madrugar nos levantamos prontos y nos fuimos a conocer la laguna de Chicabal, un lugar sagrado para los mayas mam, que consideran esta laguna en que se encuentra en el interior del cráter de un volcán, como el centro de su cosmovisión. Un lugar muy mágico que suele estar envuelto en una espesa niebla que le da un aire todavía más místico. Aunque nosotros madrugamos de lo lindo no alcanzamos a verlo despejado, algo que sólo se consigue si se llega horas antes del medio día. De todos modos, disfrutamos de la excursión hasta allí a través de uno de los últimos bosque nubosos que quedan en Guatemala mientras imaginábamos ser uno de los cientos de personas que anualmente visitan la laguna para realizar ceremonias implorando a la lluvia.
Esa misma tarde regresamos a Xela y en un “chicken bus”(uno de esos autobuses escolares estadounidenses que aquí se usan como transporte público) emprendimos camino al lago Atitlán.
Nuestros primeros días en Guatemala nos habían dejado buen sabor de boca, no sólo por los espectaculares paisajes sino por su gente, una población mayoritariamente indígena (más del 60 por ciento de la población es maya) en la cual el español es sin duda alguna la segunda lengua y que a pesar de las recientes atrocidades que han sufrido siguen sonriendo a la vida y todo aquel que se cruzan en su camino.

Palo y Mikel

P.D: Podéis ver más fotos aquí

jueves, 14 de octubre de 2010

San Cris 2a parte: La vida en la huerta

Un soleado lunes del mes de Agosto nos mudamos a lo que sería nuestra nueva casa, un pequeño apartamento de dos habitaciones en el patio trasero del restaurante “La Casa del Pan”. Ese mismo día conocimos a nuestro nuevo compañero de piso y trabajo: Rudolph. Este reservado francés al que terminamos cogiendo mucho cariño es un experto granjero que creció entre vacas y lleva toda la vida en el campo, su verdadera pasión. Su español era nulo, su inglés curioso y su francés cerrado, por lo que la comunicación al principio fue difícil, pero poco a poco nuestro francés y su inglés se fueron soltando y nos fuimos acercando. Además a veces las palabras no hacen tanta falta.

Después de tantos meses viajando, fue casi un placer tener una rutina. Nos levantábamos un poco antes de las ocho, desayunábamos lo que las cocineras estimasen oportuno (demasiados frijoles que al final pasaron factura) y nos dábamos un paseo con el café en la mano hasta el mercado donde cogíamos la “combi” que nos llevaba hasta la huerta. Allí nos esperaban Esteban y Alejandro para cosechar, desyerbar (a lo que uno dedica mucho tiempo si tiene un huerto orgánico), preparar la tierra, sembrar, hacer “control biológico” y demás labores propias de la huerta, incluida la más desagradable: ir a buscar a un rancho cercano sacos de estiércol de vaca y cargar con ellos hasta la huerta.

La verdad es que se trataba de un trabajo bien agradable en el que cada uno llevaba el ritmo que quería (incluidos Alejandro y Esteban que se la pasaban apostando a las cartas), escuchando música en la radio o los programas de la radio zapatista que Alejandro se empeñaba en escuchar, charlando de esto y de aquello y haciendo nuestros descansos para ir a por fruta o tumbarnos al sol.

A las dos terminaba nuestra jornada con un hambre canina y casualmente, casi siempre era la hora a la que empezaba a llover por lo que muchos días llegábamos empapados a casa. Lo peor era que la ducha que nos esperaba no solía estar caliente, aunque nuestros males se curaban cuando a las tres empezábamos a comer. El menú siempre era parecido, un bufé con agua de frutas, delicioso pan casero, sopa o crema, barra infinita de ensaladas y un plato caliente que cada día cambiaba. Todo vegetariano,orgánico y tradicional. Una maravilla, excepto cuando se acaba el plato caliente y nos tocaba un tamal y frijoles los cuales la última semana no podíamos ni ver. Después de comer nos íbamos rodando hasta la cama donde solía caer una siestita.

Por las tardes siempre había algo que hacer, alguien a quien visitar o alguien aparecía por casa para pasar el rato. Además, muchas de las actividades estaban en el restaurante-centro cultural en el que vivíamos: yoga (al que Palo era asidua), capoeira, clown, películas...y hasta había un centro de terapias alternativas donde Palo aprovechó para hacer un curso de shiatsu-do. Lo malo es que si queríamos cenar gratis teníamos que pasar por casa sobre las ocho, aunque muchas veces no lo hacíamos porque ni siquiera teníamos hambre y además la cena no era gran cosa (sí, lo habéis adivinado, tamales y frijoles).

Además de las actividades varias que ofrece Sancris y de las que ya hemos hablado, cada vez íbamos conociendo más gente y a enterarnos de más proyectos: Bonny y Carlos, una pareja de personajes donde los haya, que trabajaban en un bar cercano; los chicos del Paliacate, un centro social recién inaugurado donde se mueven muchas cosas; Pistacho y Laura, con quienes afianzamos nuestra amistad y hacíamos planes juntos; la banda de Soulfire, que tocaban cada noche en un bar distinto y con quienes había muy buena onda; los artesanos de nuestra anterior casa a quienes íbamos a visitar de vez en cuando y nos enseñaban algo de artesanía; Constanza, Kal y Bárbara (nuestros anfitriones al llegar a San Cris), con quienes nos tomábamos un vino de vez en cuando; Lucía, Gema y Cris que durante este tiempo han estado yendo y viniendo de San Cris y las otras muchas personas que en una pequeña ciudad como ésta te encuentras en todos lados y con las que terminas entablando amistad.

En esas estábamos cuando llegó Javi para quedarse y trabajar con nosotros en la huerta. Con él llegó la música de su guitarra y algo más de alegría a la casa. Unos llegaban y otros se iban, porque justo entonces Lucía y las niñas se se fueron a comunidades durante quince días como observadoras de derechos humanos.

Los fines de semana eran tranquilos pero casi siempre estábamos enredados con algo. Sólo uno de ellos hicimos turismo fuera de San Cris y decidimos ir a conocer el cercano pueblo de San Juan de Chamula, famoso por su fuerte tradición indígena y por su singular iglesia donde se mezclan tradiciones católicas e indígenas en un espectacular sincretismo. En su lúgubre interior iluminado por centenares de velas está prohibido realizar fotos porque creen que se roba el alma a los santos allí representados. Lo que sí se puede hacer es observar los rezos, rituales y sanaciones con pollos, incienso, música, Coca-Cola , posh (tradicional licor de caña) y cohetes. Algo completamente diferente a lo que estamos acostumbrados que a todo aquel que entra le deja sin palabras y con los ojos bien abiertos. Esa misma tarde también visitamos el Museo de medicina maya, el cual nos ayudó a entender muchos de los rituales que se practican en las iglesias y nos quedamos sorprendidos con el trabajo de las parteras indígenas y la manera que tienen de dar a luz (de rodillas, sobre el piso de tierra y completamente vestida)

Los sábados por la noche siempre solía haber alguna función, generalmente de clown, en el espacio escénico que estaba justo encima de nuestra casa, así que no cabía la excusa de la pereza para no ir. Risas que luego se podían continuar con algún concierto (la música en vivo nunca falta en San Cris), alguna fiesta o alguna cena en casa de algún amig@.

Los domingos solíamos quedarnos en casa disfrutando de que se convertía en nuestro restaurante ya que se cerraba al público y nosotros lo abríamos a l@s amig@s. Nos preparábamos grandes comidas en la cocina que degustábamos al sol en la azotea, que además de tener buenas vistas, tenía una preciosa huerta.

Ya empezábamos a formar un buen equipo de huera cuando apareció por casa una risueña japonesa que comenzó a venir a la huerta con nosotros y a compartir mucho más que eso. Se llamaba Ayuchi. Después de una estresada vida en Tokio como diseñadora gráfica había decidido buscar algo que le llenase más y después de un tiempo por California, había terminado en México como wwoofer (trabajando en las huertas a cambio de comida y casa). Rápidamente nos enamoramos mutuamente y juntos pasamos todas las tardes. Juntos fuimos a clase de salsa (a las cuales sólo continuó yendo el ya no tan tímido Rudolph), hicimos un taller de queso, vimos documentales, pasamos la fiesta del bicentenario de la independencia de México y como despedida hicimos un taller de sushi. Su visita fue breve pero muy intensa. Pero otra vez unos venían y otros llegaban. Lucía llegó de comunidades y después de unos días de fiesta se marchó de nuevo a Oaxaca con Gema y Cris y Marisol, la madre de Javi, llegó para quedarse diez días en San Cristóbal y experienciar con mucha alegría nuestra vida en esta bella ciudad. Se vino un día a la huerta a trabajar con nosotros, aprendió a hacer macramé (Palo que también está aprendiendo le enseñó un poco), cocinamos junt@s (en este caso ella fue la maestra), visitó el proyecto de Tzajalá donde Javi colaboró varias semanas, vimos cine y documentales y hasta se sumó a alguno de nuestros planes nocturnos. Fue un placer tenerla con nosotros con tanta motivación y sin poner una sola mala cara a nuestro modo de vida al que se adaptó como una más. Al cabo de unos días llegó el padre de Javi y con él, las lluvias torrenciales.

Con ellos aprovechamos para conocer el cañón del sumidero, una de las mayores atracciones turísticas de Chiapas. Se trata de un paseo por el río Grijalva observando las espectaculares paredes de piedra de hasta 1000 metros de altura así como las curiosas formaciones que se dan. Durante el paseo en barca, vimos cocodrilos, monos araña, zopilotes y bastantes troncos y basura en al agua debido a las fuertes lluvias que las arrastran. Este fue el único día que no cayó un aguacero, porque los días siguientes estuvo lloviendo sin parar provocando serias inundaciones en varios barrios de la ciudad. Fue el mismo temporal que azotó Oaxaca y Guatemala, cuyos destrozos más tarde comprobaríamos. Muy agradecidos por todas las cenitas a las que nos invitaron y su grata compañía y con la incertidumbre de si llegarían al aeropuerto, nos despedimos de ellos el domingo.

Se acercaba Octubre y con él dos meses desde que llegamos a esta ciudad. Eran tiempos de cambio y de tomar decisiones: Laura y Pistacho se marcharon a Oaxaca, Lucía volvió de allí y se encontró con las sorpresa de que su novio Ale había venido desde España para viajar con ella, nuestro querido Rudolph se marchaba triste a un rancho de Estados Unidos, nuestra colaboración en la huerta se terminaba y con ella el tener una casa gratis, el COP 16 (la cumbre de NU sobre el clima) se acercaba y empezamos a implicarnos en algunas acciones relacionadas con ella...¿Y ahora qué? En un principio habíamos decidido ir a comunidades durante 15 días como observadores de derechos humanos, pero en el último momento cambiamos de planes y decidimos irnos a viajar por Guatemala quince días porque en realidad necesitábamos movernos y la visa había que renovarla en pocos días (y pensar que cuando nos dieron seis meses pensamos que nos sobrarían...).

A Javi le dejamos instalado en una casa que nos prestaron y que iba a ser compartida con los integrantes de Soulfire que la utilizarían como sala de ensayo. Nosotros nos marchamos rumbo a Quetzaltenango, Guatemala, sabiendo que en dos semanas regresaríamos a San Cris. Habíamos dejado muchas cosas pendientes y no éramos capaz de decirle definitivamente adiós. Con la tristeza de quien ha echado raíces en un lugar, le dijimos hasta luego.

Palo y Mikel

P.D: Podéis ver más fotos aquí

sábado, 2 de octubre de 2010

¡Pásele!, ¿Qué va a tomar?

La mayoría de la gente que no ha viajado a México cuando le preguntan que conoce de la cocina mexicana hablará de tacos, burritos, quesadillas, nachos y cerveza Coronita. Ignorantes nosotros, eso pensábamos encontrarnos hasta que cruzamos la frontera y nuestra amiga Paola nos llevó a comer. En ese momento nos dimos cuenta de lo diverso y sabroso de la comida mexicana y lo mal exportada que está. Resulta que lo que conocemos como comida mexicana es más bien su versión tex-mex (del sur de los EE.UU.) Una adaptación transfronteriza equivalente a la versión occidental de la comida china.

Pero resulta que la cocina mexicana es sorprendentemente sabrosa y diversa. Tan diversa como los diversos méxicos que hay en México. El abundante marisco de la Baja California y sus ricos tacos de pescado (preferiblemente degustados bajo una palapa y con una michelada bien fría), los tacos, quesadillas, huaraches, sopes, gorditas y demás “botanas” (comida para degustar con los dedos en un puesto callejero) que en el DF son afamados y que como mejor se digieren son sentado de frente al acalorado taquero. La birria, el cordero preparado al estilo jaliciense, con un poco de salsa enchilosa o la cochinita pibil que se prepara en Yucatán, asando un cerdo con piedras calientes enterrado en la tierra. Por supuesto los moles y salsas. Esas interminables recetas de decenas de ingredientes que son una obra maestra culinaria de exótico gusto. O mi favorito, los chiles en nogada, unos chiles rellenos de carne molida cubiertos de una salsa de nueces (las cuales hay que partir y pelar una a una y remojar en leche un día) y unos granos de granada para adornar. Mmmmm. Y podría continuar así párrafos y párrafos.

Pero para hacer justicia debo dejar un as lineas para sus deliciosas bebidas y licores, como las refrescantes aguas de frutas, el delicioso café chiapaneco, el vaioso cacao (en sus diversas versiones) los los tradicionales fermentos como el tepache y tejuino o el afamado tequila que junto con sus primos el mezcal y el pulque, animan todo tipo de parrandas.

Una cocina que nace de la fusión de dos culturas, la europea y la tradicional indígena. Sobre todo en lo que respecta al lugar central que ocupa el maíz en la cultura mexicana ya no sólo gastronómica. El maíz, originario de México, constituye el ingrediente esencial de la dieta mexicana. No conozco ningún otro alimento que se pueda encontrar proparado de tan diversas formas. Tortillas, elotes, esquites, tamales, pan de maíz, atole, pinole, pozol... son muchas las formas de preparar el maíz.

Y también son muchos los colores, porque acá se consumen las cuatro variedades de maíz: blanco, amarillo, azul y rojo. Una planta sagrada que en este país crece hasta en las grietas de la tierra y que es capaz de desatar revueltas populares cuando sube de precio. Aunque tristemente esa riqueza biológica, fruto de miles de años de experimentación se está perdiendo a medida que aumenta el consumo de maíz estadounidense, que transgénico y subvencionado, invade las tortillerías de México.

Aunque no es el maíz, el único manjar que Mesoamérica nos ha regalado al mundo. También la calabaza, el frijol, el cacao, el pavo o el chile (los pimientos) son regalos que provienen de estas latitudes. Y algunos otros manjares menos conocidos como el epasote, el tatsoe, la chaya o el abulón. Todos ellos enriquecen la gastronomía mexicana y le aportan sabores desconocidos para paladares extranjeros. Algunos tan ancestrales o peculiares como los instrumentos que se utilizan para su preparación, como el molcajete para preparar las salsas, el comal para las tortillas o el estrambótico molinillo para batir el cacao.

En definitiva, México es un país para visitar con el paladar. Nosotros desde luego estamos disfrutando con los sabores que nos brinda, que no dejan de sorprendernos conforme nos movemos. Una riqueza cultural que es un placer dedicarse a descubrir.

Mikel