Allí quedamos con Oswaldo, nuestro nuevo amigo que nos iba a hospedar y nos fuimos comer unos ricos antojitos chilangos, es decir unas tapas del D.F. Allí probamos por primera vez la flor de calabaza, los huitlacoches (un feo y sabroso hongo del maíz) y los nopales(un sabroso y saludable cactus).Todo acompañado de buenas conversaciones con Oswaldo, que es biólogo marino y nos estuvo “platicando” sobre su tesis de la reproducción de los pulpos y también sobre los desastres ecológicos de la Baja California debidos al incremento del turismo con sus hoteles y torres de apartamentos a pie de playa. Por ejemplo, la desaparición de las tortugas en esta zona debido a que la modificación de las playas impide que puedan reconocer el lugar donde nacieron y por tanto el único sitio donde podrían anidar.
Además de pasear por esta tranquila y calurosa ciudad, hicimos una excursión que nos encantó y de esas que no se repiten en la vida. Nos fuimos a bucear con los leones marinos (que por cierto aquí llaman lobos marinos) a la cercana isla de Espíritu Santo. Con la suerte de ser los únicos en la barca (además del guía) llegamos a los islotes donde se encuentra una colonia de unos trescientos ruidosos leones marinos. Después de pensarlo un par de veces al ver la cantidad de leones marinos tan cerca, nos lanzamos a bucear con ellos. A veces se nos acercaban y casi podíamos tocarlos, y una de las veces nos dimos un buen susto cuando uno de ellos se nos acercó de frente a toda velocidad con la boca abierta. No sabemos si estaba jugando (dicen que a veces si se ponen muy juguetones y llegan a robar máscaras y aletas) o estaba enfadado, pero nosotros nos subimos a la lancha taquicárdicos. Después nos llevaron a un pequeño arrecife de coral donde estuvimos buceando más tranquilamente entre graciosos peces globo y peces trompeta.
Además de visitar algunas playas como la hermosa playa Balandra y conocer la ciudad decidimos hacer una excursión a Cabo Pulmo.
Aunque ubicado en la zona de los Cabos, una de las partes más turísticas del norte de México, donde miles de estadounidenses vienen a bailar la conga y a emborracharse con tequila, esta reserva natural resiste todavía como un lugar donde poder disfrutar de la naturaleza. Fue muy complicado llegar hasta este increíble lugar ya que no hay transporte público pero mereció la pena ya que aquí se encuentra el único arrecife de coral del mar de Cortés el cual llega hasta la misma orilla, convirtiéndolo en un lugar privilegiado para el buceo.
Acampamos en una de sus playas donde tuvimos nuestro primer encuentro con un alacrán curioso que se paseó por la tela donde preparábamos la cena. Al día siguiente caminamos hasta una remota playa llamada La Sirena donde estuvimos solos y pudimos bucear además de dar paseos por la playa donde había extrañas formaciones rocosas moldeadas por el viento y el mar.
Esa misma tarde regresamos a La Paz gracias a diferentes personas que nos cogieron en auto-stop, entre ellas unos predicadores que nos bendijeron y una simpática pareja australiana que para celebrar su luna de miel viajaba por las américas en coche. Al día siguiente nos despedimos de Oswaldo y de sus locas y preciosas perras labradores y comenzamos un largo día de viaje que nos llevaría hasta Los Mochis cruzando el golfo de California en un ferry durante seis horas en las que vimos por primera vez la televisión y descubrimos varias cosas: que las telenovelas son igual de malas en todo el mundo y que suelen incluir la palabra amor en su título, que en México se venden y anuncian muchos antiácidos y cremas antihemorroidales y que las mexican@s que salen en la tele tienen la piel mucho mas clara que la mayoría de mexican@s que se ve en la calle (y eso que todavía estamos en el norte de México).
Al final, bien entrada la noche llegamos a Los Mochis donde Roberto nos esperaba para llevarnos a su casa y descansar tras tanto viaje.
Palo y Mikel
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