A las ocho de la mañana nos recogió la furgoneta que nos llevaría hasta la Ciudad Cuauhtemoc en la frontera con Guatemala. Por suerte Bernard y unos amigos suyos también viajaban a Guate con nosotros (aunque su destino era otro) y el viaje fue ameno. Cuando llegamos a la frontera nos enteramos que la furgoneta que tenía que recogernos en La Mesilla, en el lado guatemalteco de la frontera, llegaría con 3 horas de retraso debido a nuevos derrumbes en la carretera. Así que nos armamos de paciencia (todavía nos quedaban muchas horas hasta nuestro destino) y pasamos el rato echando partidas de ajedrez, haciendo macramé y charlando. También allí nos sellaron el pasaporte y nos dieron 90 días para estar en el país, aunque a Paloma le hicieron el lío y le cobraron 2€ que en teoría no debían cobrarle. Las fronteras en estos países son así...
Por fin llegó nuestra furgoneta y comenzó el resto del trayecto hasta Quetzaltenango, la segunda ciudad más grande de Guatemala. En la carretera (la panamericana) comprobamos los destrozos que había causado el temporal que había azotado el país hace escasos días. Decenas de derrumbes habían bloqueado la carretera que ahora se podía transitar, aunque lentamente, gracias a los estrechos pasos abiertos. La única carretera de dos carriles por sentido que hemos visto en Guatemala se encontraba casi inservible por los derrumbes que según nos contaron habían sucedido hace ya más de una semana aunque los trabajos de limpieza no habían comenzado practicamente.
Tras casi 12 horas de viaje llegamos a Xela, que es como todo el mundo conoce aquí a la ciudad de Quetzaltenango. Esta ciudad, aunque no tiene grandes encantos se encuentra situada en la zona del altiplano guatemalteco y es un excelente punto de partida para realizar numerosas excursiones a los volcanes y montañas de esta región. Porque lo primero que nos llamó la atención desde que entramos en Guatemala es precisamente lo escarpado del terreno y las inmensas montañas que se pueden ver por todos lados. Y el más alto de todos es el volcán Tajomulco, el cual alcanza la impresionante altura de 4220 metros. El punto más alto en todo Centroamérica cuya ascensión se convirtió en nuestro primer reto.
En el hostal al que fuimos parar precisamente se encuentra también el local de Quetzaltrekkers, una organización de voluntarios que organizan diversas excursiones y cuyos fondos destinan a financiar una escuela y un hogar de niñ@s de la calle. Dio la casualidad que cuando llegamos había un grupo que se estaba preparando para subir al día siguiente al Tajomulco. La verdad es que nosotros veníamos con la intención de hacerlo por nuestra cuenta pero habíamos abandonado nuestra idea al sentir el frío que hacía en Xela (que está a la mitad de la altura), pero al conocer la organización y ver que salía un grupo al día siguiente nos animamos a subir con ell@s. Así que esa noche preparamos nuestras mochilas con todo el equipo que nos dieron, que serían unos 13 kilos de comida y ropa de abrigo que nos acompañarían hasta la base del cráter donde acamparíamos.
Sólo pudimos dormir unas horas porque a las cinco de la mañana salimos rumbo a la base del volcán que se encuentra a tres horas de camino. El grupo era curioso. Además de los guías (un chino, una estadounidense y un chico de Bilbao) nos acompañaban cuatro israelís, tres de ellas ortodoxas. Eso significaba que no comían nada que no fuera kosher, lo cual no es nada fácil si estás de viaje en Guatemala, tenían que llevar sus propios platos, cubiertos y cacerolas puesto que no podían haber tocado carne. Eso motivó que durante estos dos días que estuvimos junt@s hablásemos mucho sobre Judaísmo, Israel y las exigencias de una vida como las suya.
Quien nos iba a decir a nosotros que aprenderíamos tanto sobre ese tema en lo alto de una montaña en Centroamérica.
La ascensión fue una verdadera aventura de la que disfrutamos enormemente. Cinco extenuantes horas de subida cargando nuestras pesadas mochilas hasta la base del cráter donde acampamos y nos preparamos la cena entre charlas y caladas a una shisha que uno de los israelís cargaba con el a todas partes. Con la caída del sol llegó el helador frío que nos hizo abrigarnos como si estuviésemos en el Polo Norte y que nos llevó a la cama bien pronto. A las cuatro de la mañana sonó el despertador y con temperaturas por debajo de los cero grados comenzamos la ascensión de los últimos 200m para ver el amanecer desde la cima. Uno de los amaneceres más hermosos que jamás hayamos visto. Un mar de nubes del que asomaban numerosos volcanes como islas y al fondo, en el horizonte el rojo sol que poco a poco iba asomando. Al oeste se erguía una kilométrica sombra piramidal que llegaba hasta México como si estuviese señalando algún mágico lugar y justo tras nosotros estaba el inmenso cráter que permanecía oscuro y durmiente ajeno al sol que ya asomaba. Tras media hora de contemplación y un “saludo al Sol” regresamos al campamento a desayunar y tras ello descendimos, mucho más rápido de lo que lo subimos, el Tajomulco. Misión cumplida.
De recompensa en la base nos esperaba una riquísima comida y otras 3h de regreso a Xela.
Esa tarde como os podéis imaginar estábamos hechos polvo pero gastamos nuestros últimos cartuchos de energía visitando la feria de la ciudad y tomando un cerveza en una fiesta que los voluntarios de Quetzal Trekkers organizaban para recaudar fondos.
Al día siguiente, aprovechando que ya habíamos entrado en la dinámica de madrugar nos levantamos prontos y nos fuimos a conocer la laguna de Chicabal, un lugar sagrado para los mayas mam, que consideran esta laguna en que se encuentra en el interior del cráter de un volcán, como el centro de su cosmovisión. Un lugar muy mágico que suele estar envuelto en una espesa niebla que le da un aire todavía más místico. Aunque nosotros madrugamos de lo lindo no alcanzamos a verlo despejado, algo que sólo se consigue si se llega horas antes del medio día. De todos modos, disfrutamos de la excursión hasta allí a través de uno de los últimos bosque nubosos que quedan en Guatemala mientras imaginábamos ser uno de los cientos de personas que anualmente visitan la laguna para realizar ceremonias implorando a la lluvia.
Esa misma tarde regresamos a Xela y en un “chicken bus”(uno de esos autobuses escolares estadounidenses que aquí se usan como transporte público) emprendimos camino al lago Atitlán.
Nuestros primeros días en Guatemala nos habían dejado buen sabor de boca, no sólo por los espectaculares paisajes sino por su gente, una población mayoritariamente indígena (más del 60 por ciento de la población es maya) en la cual el español es sin duda alguna la segunda lengua y que a pesar de las recientes atrocidades que han sufrido siguen sonriendo a la vida y todo aquel que se cruzan en su camino.
Palo y Mikel
P.D: Podéis ver más fotos aquí
domingo, 17 de octubre de 2010
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