Nueva York es una ciudad llena de museos, pero al tener tan sólo cinco días para visitarla, nos vimos obligados a elegir. Ya habíamos visto unos cuantos en nuestra anterior visita, y el hecho de que en alguno de ellos la entrada cueste la voluntad (sí, aunque esté escrito con letra muy pequeña, puedes pagar lo que quieras) hizo que nos decantásemos por tan solo dos: el Museo de Historia Natural y el Metropolitan Art Museum.
El primero quizás no sea tan visitado por los turistas extranjeros que inundan otros museos como el Moma o el Gughenheim, pero a nosotros nos fascinó. Quizás a muchos os suene de verlo en alguna película por las recreaciones de decenas de parajes naturales de distintas partes del planeta (tambien acuáticos) con la flora y la fauna disecada mirándote al otro lado del cristal. Es un museo enorme y entretenidísimo, además de didáctico. Una ballena azul a tamaño natural que cuelga del techo, el esqueleto de un brontosaurio protegiendo a su también esquelético retoño del ataque de un velocirraptor, la sección de una secuoya de cuatro metros de diámetro, un peludo Neanderthal en una vitrina… Este museo es una caja de sorpresas. Además de su contenido es particularmente encantador su estilo antiguo que parece no haber cambiado desde que se construyó a mediados del siglo XVIII.
El segundo museo que visitamos, el “Met” como lo conocen aquí está justo en frente del anterior, pero al otro lado del grandioso Central Park. No es un museo de arte convencional lleno de cuadros y esculturas. Aquí uno puede encontrarse desde el retrato tamaño gigante que Andy Warhol le pintó a Marylin Monroe en colores de los más chillones, como la verja de la catedral de Valladolid, o un cuarto diseñado enteramente por Frank Lloyd Wright. Cada sala tiene un estilo diferente, y cuando hablamos de diferente nos referimos a pasar de un claustro gótico a una amplia sala de paredes blancas y una gran cristalera art decó. Una verdadera maravilla museística.
Palo y Mikel
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