La aventura comienza en un destino un tanto cosmopólita, la ciudad que nunca duerme y en la que todo vale, el centro del mundo para muchos y un infierno para otros: Nueva York.
Nada más aterrizar nos dirigimos a un bar donde nos esperaba nuestro amigo Carlos y donde realizamos una cómica entrada con nuestros macutos, abrigos, bolsas de viaje y otros enseres que contrastaban en gran modo con la escena que ofrecian l@s neoyorquin@s que disfrutaban de una pinta o de suntuoso cocktail después de otro día de trabajo. Carlos (Chari para los amigos españoles) y sus maravillosos compañeros de piso, Dan y George, nos acogieron en su pequeño apartamento (todo un derroche de metros cuadrados para lo que uno se puede permitir en la Gran Manzana) en el Lower East Side de Manhattan.
Nueva York es una ciudad de unos 8 millones de habitantes, pero cuando pensamos en esta ciudad lo que nos viene a la cabeza es Manhattan, donde en tan sólo vive una quinta parte de la población neoyorquina. Imaginamos sus interminables avenidas llenas de taxis amarillos, su actividad frenética, sus altos rascacielos, sus variopintos residentes y sus mil y un restaurantes y bares donde todas las noches son un buen pretexto para tomarse algo.
Nuestro amigo Carlos (así como esa genial pareja que tiene por compañeros de piso y que ya consideramos nuestros amigos) vive en el centro de toda esa actividad, en uno de esos apartamentos de ladrillo con una escalera de incendios que recorre toda la fachada. Se encuentra justo al lado de Chinatown y el Soho, dos barrios muy diferentes pero llenos de un encanto que sólo puede encontrarse en esta ciudad. Gracias a ellos disfrutamos de un maravilloso concierto (The Spring Standards) en un pequeño bar donde cada treinta minutos toca una banda diferente. Otro día nos tomamos una copita en un bar de ambiente camuflado en el sotano de un lindo café donde venden ricos pastelitos de todos los colores… Lo curioso es que al bajar las escaleras se transforma en un garito underground donde los camareros no llevan más ropa que unos reducidos calzoncillos y sobre el escenario una banda toca una ecléctica música que suena como si los fantasmas de Poltergeist hubiesen montado un grupo.
Una auténtica experiencia neoyorkina no puede completarse sin entrar en la dinámica del aprovechar el tiempo de la manera más que deriva en un consumo desenfrenado. ¿Para qué voy a realizar algo si alguien me lo pueden hacer y además tardo menos e incluso puede que me cueste menos? He aquí el triunfo del fast food, de las lavanderías y de todos aquellos servicios que acostumbran a llenar nuestro tiempo.
Pero no os creáis que ésto de la comida rápida se reduce únicamente al Macdonald’s y al Burger. Tampoco hay que creer que toda la comida rápida es de mala calidad, ya que hay restaurantes de comida preparada riquísima y muy saludable (evidentemente los precios varían de manera considerable). Existe una infinita de variedad de restaurantes de comida fast food donde encontrar comida de todo el mundo y poder saborearla en cualquier sitio. Los neoyorquinos se alimentan de comida rápida en el metro, en la calle, en el parque, en la oficina mientras trabajan… y si, en casa también lo hacen.
No es la primera vez que visitábamos la Gran Manzana, por lo que no dedicamos todo nuestro tiempo a realizar las típicas visitas. Intentamos hacer un turismo diferente.
Uno de los días lo pasamos en Brooklyn, uno de los cinco barrios que compone Nueva York. Allí nos encontramos con Franc, un antiguo colega de nuestro amigo Junca de su época de Erasmus. Nos hizo mucha ilusión porque era el primer encuentro con uno de los contactos que nos habéis enviado; una persona que no conocíamos de nada y con la cual compartimos un día muy agradable: paseíto y comida en la 7th Av. y luego unas cervecitas en Williamsburg. Fue muy interesante, no sólo por lo que hicimos, sino por haber tenido la oportunidad de conocer otro punto de vista sobre la ciudad que no se limitase a Manhattan. Podéis echar un vistazo a su blog, merece la pena.
De todos modos, por donde más nos movimos fue por Manhattan. Y, hay que admitirlo, es un lugar muy divertido donde todo vale. Pasear por la calle o viajar en metro es una experiencia de lo más interesante desde el punto de vista sociológico. Los estilos no están definidos, cada uno busca el suyo propio, auténtico y original.
Sudaderas ochenteras, look de leñador, zapatos de tacón con calcetines, raperos llenos de blingbling(mucho oro y brillantes aunque sean de plástico), yuppies con traje de chaqueta y zapatillas de deporte, look de bohemio parisino y todo tipo de mezclas eclécticas. Incluso en la tienda de Chanel el maniquí se revela vistiéndose con chandal y zapatos de tacón. Antes muerta que sencilla.
Otra de las cosas que observamos en Manhattan es que se mueve mucho dinero y eso deriva en estar a la última en todo tipo de artilugios "cool" y corrientes "new age". En Central Park uno no se cansa de ver a gente haciendo "jogging" enfundada en prendas deportivas de última moda. Pero no sólo los humanos van a la última, los perros también lucen sus galas térmicas de lycra o forro polar. ¡Hasta vimos un perro con botines! El iPhone se ha convertido para los neoyorkinos en un nuevo apéndice y sus caras se iluminan mientras garabatean con el dedo en la su pantalla. Para llenar el estómago nada mejor que irse a un "brunch" (no es el breakfast, no es el lunch... ¡es el brunch! ohhhh yeahhh) y tomarse unas mimosas (champagne con zumos tropicales) y un plato con un nombre en otro idioma hecho con ingredientes 100% orgánicos.
Como muchos vistéis en las noticias, no nos tocaron días primaverales precisamente. Una tremenda tormenta de nieve paralizó la ciudad, cerrando colegios y permitiendo a muchos no ir a trabajar. Nosotros nos aprovisionamos de comida, pelis y helado para no salir en todo el día de casa. De hecho tuvimos que retrasar un día nuestra partida a New Jersey debido a la nevada.
Finalmente pudimos tomar el autobús hacia nuestro siguiente destino aunque en el camino a la estación la ciudad nos regaló una última imagen para el recuerdo: un personaje que plácidamente estaba meditando en medio de Times Square mientras dos policías discutían acaloradamente con un amigo suyo sobre si podía continuar con su perturbadora acción.
Good bye New York.
Palo y Mikel
P.D. podéis ver más fotos aquí
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