El otro día estuvimos visitando las espectaculares ruinas mayas de Palenque. Nos perdimos en el interior del Palacio Real, fantaseamos con la tumba de la Reina Roja y disfrutamos del mausoleo al gran rey Pakal. Entre tamplos y palacios estábamos cuando Lucía hizo algún comentario (la verdad no me acuerdo que fue exactamente) ensalzando las virtudes de la civilización maya que me hizo saltar con un “¡pues los mayas eran unos cabrones!”.
Desde que estoy en México, cada vez que vamos a visitar algunas ruinas me dedico (como tantas otras personas supongo), a imaginarme como debió vivir la gente en ese lugar hace tantos cientos de años. Con todo lo que he aprendido desde que entré en México, me imagino los rituales, los mercados, la vida diaria de un gobernante y de un agricultor, la construcción de las pirámides y templos. Y como el tiempo pasado siempre fue mejor, tendemos a idealizarlas y a verlas un poco como en una peli en la que los viejos son muy sabios, los jóvenes guerreros apuestos y todos están atléticos y sanos. Pero yo creo que no fue así. Los mayas, y sobre todo otras civilizaciones mesoamericanas eran tan crueles como tantas otras, y repetían las injusticias y fallos de sociedades de todo el mundo, incluida la occidental de la época. Sociedades basadas en la estratificación social, donde el pueblo sustentaba a una minoría dominante. Un pueblo esclavo de su religión y de sus gobernantes.
“Dios quiere un templo más alto y más grande, y a mi quiere que me construyáis un palacio, para hablar con el mejor” diría un avispado sacerdote, tocado con un huipil lleno de jade y oro.
Luego se tomaría un chocolate (bebida reservada a dioses y extremadamente preciada en la época) con Pakal, el rey, que además era vecino, y éste le pediría que si no era posible que kakapucat (el dios de la guerra) quiera una guerra de dominación a los zapotecos, “es que mi hijo quiere un nuevo terreno de juego de pelota más grande y la reina se ha empeñado en que quiere ampliar la cocina del templo y los esclavos ya se nos quedan cortos”.
Pueblos guerreros hasta lo absurdo en la que ninguna dama podía ser mejor conquistada por un apuesto guerrero que entregándole cabezas de guerreros enemigos. ¡Puaj! Porque si no me gusta imaginarme a mi mismo con maya, menos como un miembro de una civilización dominada. Partiéndome el lomo (si por lo menos se lo pudiese partir una mula o un buey por mí) en una mina de jade para pagar el impuesto a unos tipos llamados aztecas, que aunque bajitos tienen una mala leche de aupa.
Además, entre mis planes ideales de domingo no está el ir a ver un sacrificio humano. Si es que no puedo de pensar en el tipo de Indiana Jones y el templo maldito gritando ¡ca-li-ma! para sacarle el corazón a un pobre desgraciado (que podía haber sido yo) que dicen tiene que servir de aperitivo a un dios con un apetito insaciable.
Y todo para darme cuenta que de pueblo elegido nada y que al final nos vamos todos al garete por pendejos. Por no gestionar nuestros recursos bien. Por pasárnosla dándonos de leches para poder tener más granos de cacao.
Eso en el mejor de los casos. Porque también me podía tocar el que llegasen unos cabrones todavía mayores (porque estos tenían barcos y armas más letales) para esclavizarme, violarme y exterminarme. Y lo peor es que el capullo del sacerdote nos decía que lo que venía era una serpiente emplumada. Manda huevos.
¿Qué hubiese pasado si hubiesen sido los aztecas quienes nos hubiesen “descubierto”?. Quizás estaríamos todos muertos de malaria y dengue. Con los pocos ibéricos que sobrevivieron habitando en Marina D'Or, una de las últimas reservas indígenas donde los nativos sobreviven de vender cerveza barata a los turistas (toltecas y olmecas) y de los espectáculos folklóricos de música bacalao y zarzuela (que aunque no tiene nada que ver, a los turistas les parece más entretenido).
Si es que al final es lo de siempre. Desde que el hombre es hombre un extraño impulso al embrutecimiento le ha hecho seguir a ídolos, sufrir para que unos pocos tengan más e incluso sacrificarse por sus dioses. Todo esto a llevado a la creación de absurdos imperios que nos son más que la caricatura de este fanatismo que no conduce más que a guerras y genocidios.
Esperemos que poco a poco éstos vayan desapareciendo (también los encubiertos) y la raza humana termine evolucionando (no involucionando)
Mikel
P.D: Perdón, pero es que ando un poco negativo estos últimos días
sábado, 31 de julio de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario