sábado, 10 de julio de 2010

El comunista y los dos pintores


El otro día visitamos la casa-museo en el que León Trotsky vivió en México y fue asesinado.
El fundador del Ejército Rojo y mano derecha de Lenin llegó a México de Noruega, lugar de su último exilio, donde las presiones soviéticas habían conseguido ponerle bajo arresto domiciliario. El acuerdo firmado por el presidente Lázaro Cárdenas había sido posible gracias a la insistencia del pintor mexicano Diego de Rivera, un ferviente comunista cuya amistad con Trotsky posiblemente le valió la expulsión del Partido Comunista Mexicano y que por aquel entonces era una verdadera eminencia en México. De hecho, a su llegada a México el ideólogo comunista se alojó durante varios meses en la Casa Azul, en Coyoacán, residencia de Rivera y Frida Khalo, con la que dicen llegó a tener una aventura.

Tras discutir con Rivera se instaló en una casa a pocas cuadras de la Casa Azul, en la calle Viena, donde pasaría los últimos meses de su vida. Esta es la casa que visitamos y que sorprende por la austeridad con la que vivía este intelectual que se pasaba 12h en su escritorio teorizando y escribiendo. Una casa totalmente fortificada (posiblemente sería la persona más amenazada de aquellos años) aunque bastante pequeña, que compartía con su mujer, sus secretarías y el servicio doméstico.

Y fue aquí donde sufrió dos atentados, uno de ellos que acabó con su vida. El primero, desconocido para mí hasta que no he visitado su casa, liderado por el maestro David Alfaro Siqueiros, uno de los más importantes pintores mexicanos, hoy paradógicamente enterrado junto a Rivera en la Rotonda de los hombre ilustres de la capital mexicana. Un atentado que le valió al muralista el exilio a Chile y Cuba y que además de intentar acabar con su vida pretendía incendiar los archivos que albergaba la casa y destruir los manuscritos en los que trabajaba Trosky en ese momento: una biografía (nada halagadora seguro) de Stalin.
Pero no tardó la máquina soviética en alcanzar su objetivo de asesinar al “hereje” fundador de la Cuarta Internacional. Tres meses más tarde, el agente estalinista Ramón Mercader logró clavarle un piolet en la cabeza. Infiltrado en el círculo de Trotsky bajo la identidad de Jaques Monard, un periodista belga, el catalán se presentó en la casa de Trostky para enseñarle un artículo que había escrito. Ya en su despacho, mientras Trostky leía el escrito, sacó el piolet que escondía bajo su gabardina y brutalmente se lo clavó en la cabeza.

A su cortejo fúnebre acudieron más de 300.000 personas, algo nada desdeñable para una ciudad que por aquel entonces no contaba más que con 4 millones de habitantes. Las cenizas de comunista descansan junto con las de su bienamada esposa Natasha en el jardín de la que fue su último hogar. Lejos de la Unión Soviética, donde un Stalin aliviado se preparaba para entrar en la mayor guerra de la historia.

Mikel

P.D: Así comenta brevemente Eduardo Galeano en su libro Memoria del fuego III, el siglo del viento, sobre Trotski y su paso por México:
Cada mañana se sorprende de despertarse vivo. Aunque su casa tiene guardias en los torreones y está rodeada de alambradas eléctricas, León Trotski sabe que es una fortaleza inútil. El creador del ejército rojo agradece a México, que le ha dado refugio, pero más agradece a la suerte:
-¿Ves, Natasha?- comenta cada mañana a su mujer-. Anoche no nos mataron, y todavía te quejas.
Desde que Lenin murió de su muerte, Stalin ha liquidado, uno tras otro, a los hombres que habían encabezado la revolución rusa. Para salvarla, dice Stalin. Para apoderarse de ella, dice Trotski, hombre marcado para morir.
Porfiadamente, Trotski sigue creyendo en el socialismo, por muy sucio que esté de barro humano. Al fin y al cabo, ¿quién podría negar que el cristianismo es mucho más que la Inquisición?

P.D: Acaban de sacar un libro muy interesante que narra la vida del dirigente comunista y de su asesino. El hombre que amaba a los perros de Leonardo Padura. Ed. Tusquets.

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