domingo, 18 de julio de 2010

La isla del tiburón ballena

El día amanecía cuando llegamos a Chiquilá, donde el primer ferry de la mañana nos llevaría hasta Holbox, la isla del tiburón ballena ya que es el lugar del mundo donde hay mayor concentración de estos escualos que vienen a alimentarse a este lugar donde el plancton es abundante debido a la confluencia de las aguas del Caribe y del Golfo de México.

Esta isla, de tan solo 2 km de ancho pero 30 km de largo es un apacible pueblo de arenosas calles sin asfaltar donde los únicos coches que circulan son carritos de golf. Todo el mundo se conoce y el turismo todavía no está masificado como en otros lugares de la costa caribeña. Aunque el agua no es de un azul turquesa como el del Caribe, las aguas son tranquilas y cálidas y las playas vírgenes parecen interminables. Pero hay algo que no le deja a uno relajarse y disfrutar plenamente. Vuela, tiene seis patas y cuando menos te lo esperas te chupa la sangre. Conocido como zancudo, mosco o mosquito, en esta isla habitan millones y están dispuestos a hacerte la vida imposible. A nosotros nos dieron una desagradable bienvenida que cambió nuestros planes de acampar en la playa. Así que nos fuimos a un camping donde alquilamos una cabaña para los cuatro. Además, disponíamos de una cocina, unas duchas y un lugar donde resguardarse de nuestros pequeños y voladores enemigos durante las terribles horas del amanecer y atardecer.

El día que llegamos era la final del mundial de fútbol. Y si, a nosotros también nos dio la fiebre roja y tras dormir unas horas nos fuimos en búsqueda de un bar donde se televisase el partido. Ambiente no había mucho, pero nuestros gritos seguramente despertaron de la siesta a más de uno. Con una cervecita, y un ceviche de langosta y pulpo al que nos invitó un amable pescador, nos deleitamos con la victoria de la selección (y con el beso de Iker a su novia). Por la tarde nos dejamos encantar por algunas de sus playas llenas de conchas y caracolas, paseando y nadando hasta cansarnos y regresar a casa antes de la hora maldita.

La mañana siguiente llegaron Gema y Cris a la isla. Son dos chicas de Madrid amigas de Lucía que también están de viaje por México y que se animaron a conocer al tiburón ballena. Con estas chicas tan majas, nos echamos unas risas y unas buenas partidas de tute. Sus acentos y expresiones al más puro estilo madrileño nos hicieron recordar Madrid y nos volvimos a contagiar de ellas. Después de tantos meses sin decir coger, colega, tío, majo... Estuvo bien padre.

El día siguiente era el día esperado, ya habíamos hecho el trato con un lanchero que nos llevaría a nosotros solos en una lancha en búsqueda del tiburón ballena. Así que a las ocho de la mañana, y muy nerviosos imaginándonos este gigantesco animal, nos embarcamos en la lancha y zarpamos en su búsqueda. Tras buscarlo durante una hora y media, y después de emocionarnos al ver algunos delfines, una tortuga, peces voladores y algunas mantas raya gigantes dimos con él.

El tiburón ballena es el pez más grande que existe, puede llegar a medir hasta 20 metros de largo. Pero todo lo que tiene de grande, lo tiene de pacífico, ya que sólo se dedica a nadar y nadar con la boca abierta filtrando agua en búsqueda de plancton. Cubierto de lunares que le dan un toque de lo más flamenco, este animal se ha convertido en el principal atractivo turístico de la zona, lo que ha llevado a establecer una serie de estrictas normas que regulan la manera en la que se puede ver. Nada de buceo con tanques, nada de tocarlo ni de ir por libre. No se puede bucear con tanque, el chaleco es obligatorio y tan sólo pueden bucear dos personas a la vez, siempre acompañadas de un guía.

Tras esperar nuestro turno y colocarnos en la trayectoria del tiburón nos lanzamos al agua con el corazón latiendo a toda velocidad. Enseguida, de la azul oscuridad surgió la figura de este gigante marino que pasó a menos de un par de metros y que nos transmitió una sensación de paz difícil de expresar. Nadando siempre a contracorriente, tras unos pocos minutos nos dejó atrás y otra pareja se lanzó al agua a disfrutar de su compañía. Así hasta que el tiburón decidió descender y perderse de nuevo en la oscuridad del fondo marino. Cuando subimos de nuevo a la lancha tan sólo podíamos gesticular y gritar ¡que fuerte!. Y si la primera vez nos pareció increíble minutos más tarde encontramos a otro tiburón todavía mayor que pudimos disfrutar sin tantas lanchas alrededor y mucho más de cerca. Casi podíamos tocarlo. Algo indescriptible.

Con una sonrisa en la cara nos dirigíamos de nuevo al puerto cuando vimos dos mantas raya gigantes (también conocida como manta diablo) que jugaban en la superficie. Una verdadera suerte porque tan sólo cuando nadan en parejas se muestran curiosas y no huyen. Así que nos volvimos a calzar las aletas y ponernos las máscaras y saltamos de nuevo por la borda. Otra vez resultó ser una experiencia mágica el nadar con estos animales que se nos acercaban tanto que hasta nos llegaron a rozar. Animales de ondulante cuerpo que con sus enormes bocas abiertas y sus dos metros de envergadura (lo decimos porque parecen aves submarinas) imponen mucho.

Con este regalo de despedida inesperado nos marchamos de la isla a la mañana siguiente. Nos despedimos de nuestras amigas Gema y Cris a las que esperamos encontrar de nuevo en algún momento y otra vez nos subirnos al mismo ferry que nos había traído a esta apacible isla. Nos esperaban las turquesas aguas del Caribe, su blanca arena... y un palacio frente al mar.

Palo y Mikel

P.D: Podéis ver más fotos aquí

1 comentario:

  1. Que tal. Que bien que te la pasaste. Tengo muchas ganas de ir justo a hoolbox. Vivo en la otra península de México, por lo que me ha resultado difícil encontrar información de ocmo llegar. Te quería preguntar que ruta tomaste para llegar?, el costo de la cabaña? el costo del ferry y del paseo en lancha? cuantos días recomiendas quedarme.
    Gracias por tu respuesta

    ResponderEliminar