Una de las ciudades que queríamos visitar mientras estábamos en New Jersey era Philadelphia, la ciudad que fue testigo del nacimiento de EE.UU.
Decidimos aprovechar la oportunidad de que Susan iba a coger un avión desde allí, para viajar con ella y pasar unos días descubriéndola. Además, Zac y Alexandra, unos hermanos bien majos se ofrecieron a acogernos en su casa donde habita la primera gata con espíritu de perro que hemos conocido.
Philadelphia fue fundada en 1682 por William Penn, un cuáquero emigrado de Inglaterra. Los cuáqueros pertenecen a una corriente protestante y profesan la paz y no violencia. Vamos, unos buen rollistas puritanos cuya imagen habréis visto en las cajas de cereales Cruesli. Ésto explica que Philadelphia en griego signifique“amor fraternal” y que desde hace unos años el principal símbolo de la ciudad sea una escultura de Robert Indiana llamada LOVE.
Capital de Pensilvania, una de las primeras colonias inglesas en el Nuevo Continente, Philadelphia fue el lugar donde se reunieron en 1776 los representantes de las 13 colonias y declararon la independencia de los Estados Unidos de América. Además, fue su capital durante varios años hasta que se construyó Washington D.F. y fue también allí donde se aprobó la primera constitución de la historia, en 1787.
Por todo esto, uno de los primeros sitios que visitamos fue el Independence Hall, el sorprendentemente pequeño edificio donde tuvieron lugar todos estos históricos acontecimientos. Nos encantó la visita gracias a la entusiasta guía que cual profesora de primaria motivada hizo todo lo posible para trasladarnos a aquella época. “Imaginaos que sois George Washington y…”. La verdad es que eso de contar las cosas con tanta pasión es muy típico de este país y muchas veces se agradece.
No sólo nos sorprendió el reducido tamaño del Independence Hall (donde se encontraban en unas salas más pequeñas que el salón de mi casa el poder legislativo, judicial y ejecutivo de Pensilvania) sino también su vanagloriada “Liberty Bell”, que no imaginábamos majestuosa y del tamaño de las de una catedral española y en realidad no es más que una campanuca rajada digna de una parroquia mediocre. Eso sí, protegida como si fuese la máscara de Tutankamon hasta el punto de hacernos beber un poco del agua que llevábamos por si… ¿Envenenábamos a la campana?.
Philly, como la conocen los locales, cuenta con una población negra superior a la de blancos (algo así como 43% y 40%) lo que se nota enseguida paseando por la calle. Incluso es una de las pocas ciudades donde la Nación del Islam (la iglesia-partido supremacista negra en la que predicaba Malcom X antes de su expulsión) sigue teniendo cierta presencia, por lo que se ven mujeres con la cara cubierta como en países árabes, pero llevando vaqueros ajustados y Converse y hablando con acento afro-americano.
Así que cuando pasamos frente al Museo Afro-Americano pensamos que sería un buen lugar para conocer la historia de la raza negra en este país. Desgraciadamente el museo deja mucho que desear.
En cambio un museo que sí que nos sorprendió muy gratamente fue el famoso Museo de Arte de Philadelphia. ¿Famoso por qué? Pues porque medio mundo lo ha visto ya que es el lugar donde Rocky después de cruzarse la ciudad sube las escaleras corriendo y alza los brazos emocionado. ¿A qué ahora os suena un poco más? Pues además de ser conocido por esta chorrada (bien recordada por cierto con una estatua de Rocky tamaño gigante y la marca de sus pies en las escaleras) es uno de los mejores museos de arte del país. Tiene Monets para aburrir y aquí se encuentra también Los Girasoles de Van Gogh. Pero no sólo sorprende el arte europeo (incluida un ala entera dedicada al arte medieval, con un claustro gótico incluido), el ala de arte asiático nos maravilló, con reconstrucciones de palacios tailandeses o casas de té japonesas. Toda una sorpresa.
Philadelphia es una ciudad con un toque de decadencia. La diferencia con NYC es clara, la ciudad tiene un ritmo mucho más lento y el hecho de que desde los años cincuenta pierda población debido a la decadencia de su industria, se nota en los numerosos edificios abandonados y las oxidadas fábricas que rodean la ciudad. Sin embargo tiene un toque diferente y auténtico que parece menos prefabricado que el cuidadoso estilo neoyorkino.
Uno de los lugares más vivos de la ciudad es South Street, donde uno puede disfrutar de un auténtico philly cheestake (un bocadillo de carne loncheada y queso) en Jim’s, un batido con nata y una guinda en Johnny Rockets, un auténtico “diner” de asientos de charol que parece sacado de “Grease”. Además aquí también pueden encontrarse jardines comunitarios, tiendas de ropa de segunda mano, librerías anarquistas, la boutique del rastafari y un sinfín de otras sorpresas, como la que nos llevamos nosotros al toparnos con el Magic Garden (mirar siguiente entrada).
Para acentuar el tono grisáceo de la ciudad, el tiempo no nos acompañó durante nuestros días allí. Sobre todo el último día, uno de esos sábados lluviosos en los que te alegras de no tener que trabajar y solamente quieres mirar por la ventana bien cobijado debajo del edredón.
Nosotros, sin embargo, luchando contra viento y marea nos fuimos a comer con nuestros
anfitriones, David, Stephanie y su preciosa bebé Estelle, que nos encandiló y nos hizo olvidar el huracán que nos esperaba fuera.
Y de allí al aeropuerto, a donde llegamos empapados y nos tocó esperar, con varias horas de retraso, la llegada de Susan y Sydney. Y para colmo, nuestro plan maestro para sorprender a Sydney se vio totalmente frustrado.
Pero bueno, al fin estábamos juntos y de vuelta a casa. Lo que no sabíamos, es que la tormenta había derribado árboles e inundado carretera, lo que alargó varias horas nuestro regreso.
Por suerte Allan nos esperaba en casa con la mesa puesta.
Palo & Mikel
P.D. podeís ver más fotos aquí
domingo, 14 de marzo de 2010
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