lunes, 3 de mayo de 2010

El desierto de los gigantes


Después de 7 horas de viaje rumbo sur llegamos a Cataviña, un pequeño pueblo de unos 200 habitantes en el medio de lo que se conoce como el Valle de los Cirios, en el Desierto del Vizcaíno. Estos cirios son una extraña planta que sólo se encuentran en este lugar del mundo. Difícilmente clasificable, es una especie de tallo leñoso vertical que puede alcanzar hasta 14 metros de altura y que está cubierto de pequeñas hojas verdes y naranjas. Los misioneros españoles les llamaron cirios(por su similitud con los cirios pascuales) pero a nosotros nos parecieron más bien enormes zanahorias plantadas al revés.

Los cirios comparten espacio con otras plantas no menos curiosas, como el impresionante Cardón o cactus gigante que puede alcanzar hasta 18 metros y llegar a pesar hasta 25 toneladas. Pedazo de cactus. También nos gustaron los cactus rojos y al que bautizamos como el árbol del huevo hilado, un árbol cubierto de un hilo anaranjado.

Cataviña es un lugar donde claramente no suceden muchas cosas y lo sentimos nada mas entrar en el único bar del pueblo donde atrajimos muchas miradas. Aunque somos conscientes de nuestra pinta de turistas extranjeros, en este pueblo ha sido el lugar donde más nos hemos sentido como extraños.

Aunque pronto nos dimos cuenta de que no eramos el único extranjero en el pueblo (sin contar a los gringos que llegan al atardecer al hotel, no salen de él y por la mañana siguen su camino al sur) ya que un tipo con pinta de persona sin hogar sentado en un roca a un lado de la carretera al pasar nos pidió dinero y nos sorprendió su acento extranjero. Resultó ser un estadounidense bastante loco (según su historia era multimillonario, actor, compositor para los Beatles y no se que más) que no sabemos como llegó allí, de que vivía (no consideraríamos Cataviña como el mejor lugar para ser un mendigo) o donde dormía. Al día siguiente seguía allí, en esa misma piedra sentado viendo los camiones pasar y escuchando un viejo Walkman que puede que no tuviese pilas. Se quedará como misterio sin resolver la extraña presencia de este personaje surrealista en medio del desierto.

En Cataviña no hay mucha opción de alojamiento. Había que elegir entre un hotel bastante caro en el que paran todos los estadounidenses que van camino de los Cabos (la punta del sur y una de las partes más turística de Baja California) y que llevan siete horas de camino por el desierto y aun les quedan unas cuantas o hacer camping. Nosotros obviamente nos decantamos por la segunda. Por unos pocos pesos acampamos en un camping medio abandonado, pero con la suerte de que el propietario se apiadó de nosotros y nos ofreció una caseta de obra sabiendo que la noche iba a ser muy fría. Y ay si lo fue. Menudo frío pasamos. La señora del camping alucinó al vernos a las 7 de la mañana tomando el sol metidos en nuestros sacos encima de una roca. Pero en el desierto no hay termino medio, al cabo de unas horas nos moríamos de calor caminando por el desierto entre cirios y cactus gigantes en busca de unas pinturas rupestres de las cuales nos habían hablado. Después de verlas estuvimos unas horas por la zona, Mikel dando brincos de piedra en piedra poniéndole extraños nombres a las plantas y Paloma tomaba el sol y hacía yoga.

Después de varias horas merodeando por el desierto regresamos al pueblo donde nos tomamos una merecida cerveza fresquita haciendo tiempo hasta que el autobús nocturno nos llevase a nuestro siguiente destino, Mulegé.

Paloma y Mikel

P.D: Podéis ver más fotos aquí

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