jueves, 27 de mayo de 2010

Ozú que caló

Despertaba la ciudad cuando llegamos a Mazatlán, que nos recibió con mucho calor y una humedad aplatanadora. Ubicada en la costa del pacífico, justo debajo del trópico de cáncer, Mazatlán es una turística ciudad a donde llegan numerosos cruceros y muchos son los hoteles que sombrean sus playas. Esta parte contrasta con un pequeño centro colonial de bonitas plazas y casas de colores.

Nuestro primer día fue un tanto surrealista. Como habíamos llegado tan temprano decidimos hacer tiempo tomando un café esperando a que fuese una hora decente para llamar a nuestro próximo anfitrión(una vez más gracias al couch surfing). Mientras tomábamos el café se nos acercó un estadounidense con mucha pinta de gringo (hasta mascaba tabaco) que se emocionó al conocernos y enterarse de nuestro viaje. Después de hablar unos diez minutos nos despedimos pero él insistió en invitarnos más tarde a una comida en un restaurante de gringos donde él solía ir a comer. Nosotros no le confirmamos porque nos parecía un poco raro y no especialmente interesante. Después de llamar a Jeremy, nuestro anfitrión, al que despertamos a pesar de haber esperado a una hora razonable para llamar, nos dirigimos a su casa que no se encontraba lejos. Allí nos recibió Jeremías (así se hacía llamar) envuelto en una sábana cual Cesar Augusto y nos enseñó sus dominios donde diferentes personas dormían en diversos rincones y se preparaban cafés cargados después de lo que parecía una larga noche de fiesta. Al parecer era la última semana en Mazatlán para Jeremías y sus amig@s, los cuales habían estado un semestre estudiando gracias a un intercambio con su universidad de Vancouver y habían decidido despedirse a lo grande.

Visto el percal, nosotros dejamos nuestros macutos y nos fuimos a dormir a la playa más cercana porque estábamos muertos. Cuando despertamos atacados por el sol, nuestras tripas rugían, y casualmente estábamos cerca del restaurante donde nos había citado David (el estadounidense), así que sin pensarlo mucho nos dirigimos hacia allí. El hombre se emocionó y nos dedicó una canción de Maná. A sus cuarenta y tantos parecía todo un adolescente, contándonos historias de novias, borracheras y conciertos. Awesome dude! Soltero y sin hijos, lleva años viniendo a Mazatlán y queriendo casarse con alguna mexicana dispuesta a ser una ama de casa tradicional. Conversaciones estériles, pero rica comida gratis. Hay que aprovechar las oportunidades ¡Koldo ahorrate los comentarios!

Por la tarde volvimos al imperio de Jeremías, donde ya se fraguaba la siguiente fiesta aunque algunos siguieran de resaca. Tuvimos interesantes conversaciones de viajes, ya que Jeremy y su novia subieron desde Perú hasta México unos meses antes. Qué gusto dan las personas que hablan con pasión de cualquier tema. Entre cerveza y cerveza, nos partíamos de risa con este carismático tipo que a pesar de haber llegado a América latina sin hablar una palabra de español, habla más que una portera y consigue hacerse entender con cualquiera. Con su famosas frase”No me llame pinche gringo puñetero” ha conseguido embaucar a numerosos mexicanos que se pasaban por su casa a hacer negocios, tomarse una chela o pedirle algún favor. Una especie de “padrino” con alma de Groucho Marx.

Al día siguiente fuimos a conocer la parte más bonita de la ciudad que es el centro histórico. Allí de casualidad nos encontramos con Rob (el canadiense con el que habíamos estado en la Barranca del Cobre) que había decidido en el último momento quedarse unos días en la ciudad. Juntos nos dirigimos a Isla Piedra, que en realidad es una península que se encuentra al otro lado de la bahía donde hay una playa llena de chiringuitos a la que escapan los locales los fines de semana.

Después de una agradable siesta y un paseo por allí, regresamos al centro y nos dirigimos a una famosa cenaduría donde probamos nuestro primer mole. Una maravilla culinaria compuesta de más de una docena de ingredientes. Pero el tema de la comida mexicana se merece una entrada aparte de la que hablaremos más adelante. Después nos fuimos a pasear y ver el atardecer desde el malecón, donde tuvimos la suerte de encontrarnos con la procesión de candidatas a reina infantil, con sus caravanas de seguidores con banda incluida; y el espectacular salto de un “clavadista” que desde una peña y con los colores del atardecer de fondo, saltó de manera acrobática a una estrecha entrada de mar.

Al día siguiente nos despedimos de Mazatlán con una excursión que no recomendamos a nadie ya que subimos al faro, que se encuentra en lo alto de una colina (es el faro natural más alto del mundo tras el de Gibraltar), a la hora de mayor calor. Llegamos empapados y con la visión borrosa, así que tampoco apreciamos mucho las vistas de esta ciudad que tampoco nos pareció especialmente bella.

Después de comer nos volvimos a subir a un autobús rumbo a Guadalajara, donde nos esperaban la hermana de Mikel y su esposo. Un lugar donde poder descansar de tanto ajetreo y pasar unos días en familia. Ya era hora.

Palo y Mikel

P.D: Podéis ver más fotos aquí

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