jueves, 6 de mayo de 2010

Un oasis en medio del desierto

Cuando llegamos a Mulegé todavía no había amanecido. El pueblo dormía en silencio y nosotros sacamos los sacos de dormir y nos acurrucamos en un banco haciendo tiempo hasta que amaneciese y pudiésemos dirigirnos a casa de Bill, nuestro próximo anfitrión. El paseo hasta llegar a su casa, en las afueras, fue muy bonito sintiendo poco a poco cómo despertaba el pueblo.

Bill nos esperaba con un café bien cargado y una tostada. Desde el primer momento nos dimos cuenta de que nuestro nuevo anfitrión, una vez más gracias a Couch Surfing, era un tipo singular. Este estadounidense de 63 años se quedó encantado con esta parte de Baja California y vive desde hace diez años en Mulegé en compañía de sus gatos, los cuales adora. También suele contar con la compañía de diferentes viajer@s que hospeda en su casa, por la cual ya han pasado más de 200 couch surfers de diferentes nacionalidades. Dice que así se siente más joven, y de hecho dentro de poco piensa dejarlo todo y recorrer el mundo en una caravana. Su fuerte carácter puede asustar al principio pero luego llega a resultar de lo más divertido. Continuamente se le puede escuchar decir improperios a la cafetera, al ordenador, a los gatos y a conductores varios. La primera noche nos dimos un gran susto al escuchar disparos en su habitación acompañados de “ Do you want to come back and get more, you son of a bitch!” Al día siguiente nos explicó que dos de sus gatos se estaban peleando y que no tuvo otra que disparar al que empezó con una pistola de aire comprimido.

El primer día Bill nos llevó a conocer el pueblo. Mulegé es un oasis en medio del desierto. Se trata del lugar donde aflora a la superficie el río Mulegé, y con él, nace un enorme palmeral que llega hasta el Mar de Cortés, justo en la entrada de la enorme bahía Concepción. Es curioso ver tanta palmera rodeada de colinas llenas de cactus. En todo el Mar de Cortés (el golfo de California) los huracanes son muy comunes (a la vez que necesarios para que haya agua) aunque el septiembre pasado un huracán de extremada fuerza arrasó el pueblo y lo inundó. Todavía en algunas partes se notaba claramente sus huellas, con decenas de palmeras derribadas, ventanas rotas, carreteras levantadas e incluso algún coche en lo alto de una casa. De hecho, la principal actividad económica de Mulegé es la reconstrucción de edificios, sobre todo de estadounidenses que se compran bonitas casas junto al río y que año tras año son arrasadas por sus crecidas. Los locales se conforman con ubicaciones menos pintorescas y de hecho poco a poco han ido vendiendo sus casas a los ricos turistas y se han trasladado a zonas más elevadas y apartadas del pueblo, como donde vive Bill.

Nuestros días en Mulegé fueron relajados. Largas siestas en nuestras hamacas bajo el emparrado del porche de la casa de Bill, paseos por el pueblo paleta en mano (polos de crema de variados sabores),alguna excursión a los cerros cercanos, tacos de pescado y cervecita frente al mar y varias visitas a la bonita Misión de Santa Rosalía de Mulegé que nos pillaba de paso.

Uno de los días nos fuimos con Bill a Santa Rosalía, un pueblo minero a una hora de Mulegé que fue fundado por los franceses, lo que se nota claramente en la arquitectura que tiene un aire más caribeño. Aunque es un lugar que no tiene mucho interés, cabe destacar la iglesia de Santa Bárbara, un curioso templo prefabricado, diseñado por Gustave Eiffel para la exposición universal de París y que la empresa minera compró e hizo instalar en medio del pueblo.

Tras cuatro agradables días, Bill nos dejó a la salida del pueblo donde allí no esperamos mucho hasta que un amable camionero nos llevó a la primera de las playas de Bahía Concepción.

Paloma y Mikel


P.D: Podéis ver más fotos aquí

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