Pocos días antes de convertirnos en inmigrantes ilegales decidimos cruzar la frontera de Tijuana y continuar nuestro camino en México, más concretamente a través de la península de Baja California.
Cruzamos a pie la frontera de Tijuana, el paso fronterizo más transitado del mundo, y pudimos comprobar como hay un flujo incesante de personas en ambos sentidos. Pero claro, la entrada en México no consiste más que en cruzar un puente y una verja. Ni una pregunta, ni un control de pasaporte. Nada. En cambio, hacia el otro lado largas filas de coches y de transeúntes esperaban ser revisados para poder acceder a los EE.UU.
En Tijuana nos esperaba Paola, quien nos iba a alojar en Ensenada gracias al Couch Surfing y que por suerte ese día tenía que ir a Tijuana por temas de su universidad y nos podía llevar hasta la llamada “la bella cenicienta del Pacífico”, aunque antes nos dio un paseo por la loca ciudad de Tijuana donde miles de estadounidenses van a emborracharse si son menores de 21 años, comprar medicinas, ver shows de señoritas semidesnudas, apostar y muchas otras cosas que o no pueden hacer en su país o son mucho más baratas aquí. Desgraciadamente, la violencia que ha estallado hace unos meses a causa del narcotráfico a reducido en gran medida este flujo de turistas.
Ensenada es una ciudad portuaria a una hora al sur de Tijuana y mucho más tranquila y segura que ésta. Nosotros tuvimos la suerte de estar con Paola la cual no tenía que trabajar esa semana y nos hizo muy amablemente de guía. Nos llevó a un mirador donde ver toda la ciudad, nos sacó de fiesta con sus amigos, nos llevó a la universidad a una interesante charla sobre la astronomía maya e incluso nos llevó a una clase de tai chi y nos enseño un lugar donde hacer yoga gratis. Palo estaba muy contenta.
También tuvimos la suerte de que nos dejase unas bicicletas con las que pudimos conocer mejor la ciudad. Incluso fuimos a la versión ensenadense de la Bici Crítica, que acaba de nacer y no cuenta más que con una docena de integrantes. Y confirmamos que los conductores mexicanos tampoco entienden muy bien que la carretera no es sólo para los coches.
Con Paola además aprendimos mucho sobre la cultura maya y su calendario. Nos llevó a una charla que daba sobre el tema y descubrimos que somos “Mano espectral azul” (Palo) y “caminante del cielo cósmico rojo” (Mikel) según el sincronario maya.
Empezamos a degustar la comida mexicana la cual nos sorprendió muy gratamente. Después de haber tomado burritos y tacos en muchos sitios de California(EE.UU.) descubrimos que en México la comida es mucho más variada y sabrosa. Tamales, nopales, enchiladas, moles, tacos de todo lo que te puedas imaginar, todo tipo de sopas y salsas, y para beber, nos quedamos con las aguas frescas que son zumos aguados servidos con hielo y tienen de todo tipo de frutas, hasta de flor de hibisco. Aunque nada mejor que la comida de la nanita de Paola(su abuela), la cual nos preparó un fabuloso pollo pipian con ese sabor que sólo las abuelas consiguen.
El día que fuimos al supermercado para buscar algo al final nos pasamos la tarde entera descubriendo los nuevos alimentos y los nombres que les ponen a los que ya conocemos (los melocotones son duraznos, los pimientos chiles y la remolacha betabel). Y no sólo la comida se llama de manera distinta, una gran cantidad de cosas y expresiones se dicen de diferente manera y la comunicación resulta a veces complicada, más de lo que creíamos, aunque esto es algo que se merece una entrada aparte.
Además, aunque Baja California es de media un 25% más caro que el resto de México por fin pudimos una compra de fruta y verdura que no nos costase un ojo de la cara. Ya iba siendo hora de que el Big Mac saliese más caro que tomar verdura hervida.
Nuestro último día en Ensenada lo dedicamos a ir a la Bufadora, un lugar a unos 40 Km donde hay una cueva con una salida en lo alto donde el oleaje penetra y landa chorros de agua a presión varios metros por el aire haciendo un ruido parecido a un. Aunque la leyenda cuenta que se trata de una pequeña ballena que quedó encallada en las rocas y que lanzaba un chorro de agua para pedir ayuda a sus congéneres hasta que con el tiempo se convirtió en roca. Un sitio curioso aunque por desgracia parada obligatoria para los cruceros que paran en Ensenada.
Al día siguiente por la mañana tomamos un autobús (aquí lo llaman camión) rumbo al sur, a Cataviña, siete horas de trayecto para llegar al desierto.
Paloma y Mikel
P.D: Podeís ver más fotos aquí
viernes, 30 de abril de 2010
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