
Cruzamos a pie la frontera de Tijuana, el paso fronterizo más transitado del mundo, y pudimos comprobar como hay un flujo incesante de personas en ambos sentidos. Pero claro, la entrada en México no consiste más que en cruzar un puente y una verja. Ni una pregunta, ni un control de pasaporte. Nada. En cambio, hacia el otro lado largas filas de coches y de transeúntes esperaban ser revisados para poder acceder a los EE.UU.
En Tijuana nos esperaba Paola, quien nos iba a alojar en Ensenada gracias al Couch Surfing y que por suerte ese día tenía que ir a Tijuana por temas de su universidad y nos podía llevar hasta la llamada “la bella cenicienta del Pacífico”, aunque antes nos dio un paseo por la loca ciudad de Tijuana donde miles de estadounidenses van a emborracharse si son menores de 21 años, comprar medicinas, ver shows de señoritas semidesnudas, apostar y muchas otras cosas que o no pueden hacer en su país o son mucho más baratas aquí. Desgraciadamente, la violencia que ha estallado hace unos meses a causa del narcotráfico a reducido en gran medida este flujo de turistas.
También tuvimos la suerte de que nos dejase unas bicicletas con las que pudimos conocer mejor la ciudad. Incluso fuimos a la versión ensenadense de la Bici Crítica, que acaba de nacer y no cuenta más que con una docena de integrantes. Y confirmamos que los conductores mexicanos tampoco entienden muy bien que la carretera no es sólo para los coches.
Con Paola además aprendimos mucho sobre la cultura maya y su calendario. Nos llevó a una charla que daba sobre el tema y descubrimos que somos “Mano espectral azul” (Palo) y “caminante del cielo cósmico rojo” (Mikel) según el sincronario maya.
Empezamos a degustar la comida mexicana la cual nos sorprendió muy gratamente.
El día que fuimos al supermercado para buscar algo al final nos pasamos la tarde entera descubriendo los nuevos alimentos y los nombres que les ponen a los que ya conocemos (los melocotones son duraznos, los pimientos chiles y la remolacha betabel). Y no sólo la comida se llama de manera distinta, una gran cantidad de cosas y expresiones se dicen de diferente manera y la comunicación resulta a veces complicada, más de lo que creíamos, aunque esto es algo que se merece una entrada aparte.
Además, aunque Baja California es de media un 25% más caro que el resto de México por fin pudimos una compra de fruta y verdura que no nos costase un ojo de la cara. Ya iba siendo hora de que el Big Mac saliese más caro que tomar verdura hervida.

Al día siguiente por la mañana tomamos un autobús (aquí lo llaman camión) rumbo al sur, a Cataviña, siete horas de trayecto para llegar al desierto.
Paloma y Mikel
P.D: Podeís ver más fotos aquí
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