domingo, 14 de noviembre de 2010

Allá donde el agua y el fuego se juntan

En colorido Chicken bus, dando botes sin parar y mareados por las millones de curvas de la carretera que cruza el altiplano Guatemalteco, llegamos al Lago Atitlán. Un lugar del que habíamos oído hablar mucho. Muchos dicen que es unos de los lagos más bonitos del mundo, y la verdad es que al menos a nosotros nos parece el más bello de los que hemos visto. Rodeado de volcanes, a sus orillas existen una serie de pueblos muy diferentes y cada uno con su encanto. Nosotros visitamos tres, el primero de ellos llamado San Pedro la Laguna. Este es uno de los más turísticos, pero el turista que atrae no se parece al de las mansiones de varias plantas de Santa Cruz la Laguna, o la concurrida y atractiva ciudad de Panajachel. A San Pedro llegan mochileros de todo el mundo, muchos de los cuales vienen a aprender español y se quedan al menos un par de semanas jugando al billar y tomando una Gallo en uno de sus múltiples chiringuitos. Por sus estrechas calles pitan los tucs-tucs (taxis motocarro de tres ruedas) mientras l@s artesan@s y las señoras que venden zumos además de exquisitos bizcochos de banana se disputan los mejores lugares de la calle.

Tanto turismo mochilero ha desencadenado una increíble competencia de precios entre los muchos hoteles que hay, llegando al disparate de cobrar por una habitación doble con baño lo mismo que por un litro de cerveza. Nosotros encontramos una verdadera ganga donde descansar disfrutando de una habitación para nosotros solos y de unas preciosas vistas a este mágico lago. Y así pasamos un par de días dando paseos, tomándonos ricos zumos y disfrutando de las vistas así como visitando su iglesia (al menos la más grande y vistosa), que no es católica si no evangélica baptista. Un sentimiento extraño el de ver a todos esos indígenas mayas en un templo que tanto nos recordaba a los de EE.UU.

El domingo sin embargo nos fuimos a pasar el día a Chichicastenango, un pueblo muy conocido por su mercado dominical. Y no es para menos, porque este día de guardar todas las calles del pueblo amanecen repletas de puestos de artesanía, ropa y comida. Es uno de los mercados más famosos de Guatemala al que llegan cientos de turistas en busca de los souvenirs que llevar a sus familias y decorar el salón de casa. La competencia es brutal y los precios relativos.

Un lugar lleno de colores pero que cada vez se parece más a un centro comercial donde lo que se vende como artesanía está hecha en una fábrica de China. Se pueden comprar todo tipo de productos y ropa de “estilo indígena” a precios de ganga (nosotros conseguimos que nos rebajasen cosas en más de 50%) así que todo el mundo sale cargado de bolsas de plástico llenas de regalos inútiles que posiblemente se le romperán en menos de un año. Consumismo feroz que no logró atraparnos gracias que que no quisimos llevar casi dinero. Lo que sí que nos gustó mucho es un mural que había en el mercado en el que por medio de dibujos infantiles se relataba la guerra, con todas sus atrocidades, en una región donde los niños jugando mientras nos golpeaban nos gritaban: ¡soldado, soldado!. El otro atractivo de “Chichi”, como también se conoce a esta ciudad, es el ídolo llamado Pascual Ajab. Un cerro donde hay una gran roca negra por el hollín de las velas donde difícilmente se adivina las facciones de un rostro. A este sagrado cerro acuden numerosos indígenas a realizar todo tipo de ceremonias y ofrendas.La vuelta en la combi fue con un grupo de seis israelís, otros más de los muchos que nos cruzamos desde que estamos en Guatemala. Parece que irse de viaje a Latinoamérica es como un rito de despedida de su juventud que tiene la mayor parte de ell@s tras terminar su servicio militar (nada más que 3 años para ellas y 5 para ellos).

La mañana siguiente bajamos al muelle y tomamos un barca para cruzar al pequeño y místico pueblo de San Marcos la Laguna, donde nos esperaban Lucía y Ale. Este lugar ha venido atrayendo desde hace muchos años a gente atraída por su misticismo hasta el punto que hoy existen innumerables centros de curación holística, espiritualidad, yoga, meditación, y todo tipo de terapias alternativas que a veces rayan lo absurdo. Esto atrae a diversos personajes de los más curioso, como Bill o “el doctor”, un gringo que da charlas gratuitas sobre la kábala, aunque de una manera muy peculiar; o Merlín, un francés con aspecto de anacoreta y que mas que hablar parece cantar y que se dedica a trabajar el vidrio.

Todo esto ha hecho que San Marcos se haya polarizado: Por por un lado existen todos estos hoteles y centros para extranjeros (con mucho dinero) que ocupan la mayor parte del centro del pueblo y que se rodean de muros y por otro lado están los locales, que venden a precios de oro la verdura y fruta y que viven en las regiones más apartadas sin casi relación con los turistas.

Nuestra experiencia sin embargo fue algo distinta puesto que Lucía y Ale estaban al cuidado de tres perros y una casa en la ladera de la montaña. La casa al principio nos maravilló, porque aunque un tanto retirada, las vistas de la terraza eran espectaculares y el paseo para llegar era a través de las casas de un humilde barrio donde l@s niñ@s salian al paso para jugar, especialmente para que Ale, les hiciese “magia” con su bola de contact.

Pero aparte de la falta de electricidad o de lo complicado de llegar de noche, la casa escondía un gran inconveniente, y es que en este pueblo debe existir algún tipo de rivalidad entre la gran cantidad de iglesias que hay (evangélicas de todo tipo, católica, mormones...) y las misas diarias son retransmitidas a por megáfonos a todo el pueblo, creando un ambiente insoportable de seis a ocho de la tarde, especialmente si como en el caso de la casa que les habían prestado a nuestros amigos, tienes un par de iglesias bien cerca. De todos modos los amaneceres contemplando el lago desde la terraza hacían olvidar cualquier pena y le llenaban a uno de energía.

Y llenos de energía un día fuimos a la “nariz del indio”, un cerro que tiene gran parecido al perfil de un rostro humano (con nariz de indio) desde donde se pueden disfrutar de unas espectaculares vistas y otro día estuvimos venga a saltar al lago desde un mirador, hasta que Lucía se dio un tremendo culetazo y decidimos marcharnos a casa a realizar actividades menos arriesgadas.

Pero nuestro tiempo en Guatemala era limitado y todavía había muchos lugares que queríamos ver así que al cabo de dos días nos despedimos de Lucía y Ale con la esperanza de volverlos a ver antes de diciembre y tomamos de nuevo una lancha a Panajachel donde seguiríamos nuestro camino por tierra hasta la preciosa ciudad de Antigua Guatemala.

Palo y Mikel

P.D: Podéis ver más fotos del lago aquí y de Chichicastenango aquí. Además os dejamos con un pequeño video de lo que vimos en el lago.

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