jueves, 1 de abril de 2010

Welcome to fabulous Las Vegas


Dicen que “lo que sucede en Vegas se queda en Vegas” (What happens in Vegas stays in Vegas), pero bueno, eso se aplica más a quienes los vicios de los que esta ciudad está repleta (no por nada la llaman Sin City, la ciudad del pecado) les llevan cometer locuras que no quieren que trasciendan.

Así que aquí va nuestra crónica de nuestro paso por este espejismo en medio del desierto.

A quienes nos conozcáis os habrá sorprendido bastante el hecho de que Las Vegas haya formado parte de nuestro itinerario. Y tenéis razón, en un principio no figuraba en nuestros planes. Pero resultó que Grant, el hijo de Susan y Allan (y por tanto el “hermano americano” de Mikel), al que no habíamos visto en todo el viaje iba a celebrar su 21 cumpleaños en Las Vegas con unos compañeros. Grant es un marine (el equivalente a un legionario en España) y vive en una base en el desierto de California, no muy lejos de Las Vegas, así que pensamos que la mezcla de marines, 21 cumpleaños (en EE.UU. la edad legal para beber es 21 por lo que este cumpleaños significa fiesta asegurada) y Las Vegas podía resultar explosiva y no nos lo queríamos perder. Además Palo tenía una amiga de allí que podía acogernos. Y nada mejor que una persona local para conocer cualquier sitio.

El día antes de ir a Las Vegas desde San Francisco, Grant canceló la fiesta. Nosotros ya teníamos nuestro plan hecho y los billetes comprados, así que decidimos ir a conocer ese famoso sitio lleno de luces de neón que vemos en las pelis.

Normalmente la gente que visita Las Vegas suele pasar como mucho tres días. Nosotros, que vamos a paso lento e íbamos pasar cinco días, optamos por descansar los dos primeros en casa de Brandy. Además lo necesitábamos después del ritmo de nuestra visita a San Francisco. Así que estuvimos de relax, haciendo la colada, viendo pelis, cocinando para nosotros y para nuestra anfitriona. Brandy vive en la típica zona completamente residencial a las afueras de la ciudad donde todas las casas son iguales unas de otras. Y si Estados Unidos no es un lugar muy adaptado para llegar a los sitios si no tienes coche, Las Vegas es una de las ciudades que mejor lo refleja. A menos de que quieras pasear donde están los casinos, estás perdido.

Nosotros, uno de los días que nos quedamos en casa, nos aventuramos a ir a Wallgreens (Unos ultramarinos muy famosos aquí. Algo así como los chinos, lo tienen todo-excepto alimentos frescos- y están casi siempre abiertos). Casi perdemos la vida en el intento. Ni aceras ni pasos de peatones. Era cómico vernos pasear por un paisaje desértico. La gente desde los coches nos miraba raro. Y a la vuelta, los cientos de casas idénticas hicieron que casi nos confundiésemos y terminásemos en casa de algún vecino.

Sin duda, lo mejor de nuestra estancia fue la compañía. Brandy estaba muy contenta por nuestra visita y muy ilusionada por enseñarnos Las Vegas, más allá de los típicos grandes casinos y los hoteles. Además, aunque dentro de poco piensa abrir su propia tienda de moda independiente(podéis echar un vistazo a su blog sobre el tema) actualmente trabaja como relaciones públicas para diversos sitios de moda y famosos de Las Vegas. Así que nos pudo explicar de primera mano cómo se mueve la ciudad. Un mundo de famosos, algunos un tanto desgastados que llevan años actuando en el mismo casino(dicen que las estrellas van a morir a Las Vegas) y a otros mucho más de moda, aunque algunos un poco casposos, a los que les pagan millonadas por asistir durante treinta minutos a la discoteca de un casino y poder anunciarlo a los cuatro vientos.

La primera noche que salimos fuimos a un par de bares donde es raro encontrar turistas. Primero fuimos a una fiesta de cumpleaños en un bar en el que la temática de la noche era aerobic de los 80, y las camareras estaban vestidas a lo Eva Nasarre. En ese mismo bar nos casamos. Sí, como lo habéis oído, un tipo que había comprado la licencia para oficiar bodas por internet y que ya se había tomado un par de copas, se empeñó en casarnos allí mismo. Pero creemos que no fue válida, porque no fue capaz de pronunciar nuestros nombres y apellidos.

Después nos dirigimos a lo que aquí llaman hole in the wall (un agujero en la pared). Vamos, un tugurio. En la entrada se podía leer lo mismo que en Disneyland “Este es el lugar más feliz del mundo” aunque dentro en vez de servir zumos de Mickey, servían su famoso “ass juice” (quien no sepa la traducción que la busque, a nosotros nos suena demasiado mal) que por cierto estaba muy rico. En una esquina del bar donde se podía leer en letras gigantes “Shut up and drink”(cierra el pico y bebe), la versión XXL de Amy Winehouse berreaba como un cerdo al que le llega su San Martín. Y todo ésto a dos manzanas del Strip.

La segunda noche la pasamos en el downtown, o lo que vendría a ser la parte vieja de la ciudad. Pero hay que tener en cuenta que aquí se considera viejo todo lo que tenga más de treinta años. Antes de salir nos habíamos divertido en casa aprendiendo a jugar al Blackjack. Brandy, a pesar de ser de Las Vegas, no había apostado nunca. En el downtown es donde se encuentran los casinos más antiguos con sus míticos neones setenteros. Por cierto, los que más nos gustan. El sitio ideal para pasar la tarde comiendo perritos de un dólar, bebiendo cerveza barata y jugando en las tragaperras de un céntimo la partida.

La principal atracción del downtown (aparte de los casinos) es la “Freemont street experience”. Se trata de una calle peatonal llena de casinos con su correspondientes neones que además tiene una cubierta que es una pantalla gigante a modo de bóveda donde continuamente se proyectan varias cosas. La música de moda no deja de sonar a todo trapo y hay miles de barras donde comprar alcohol barato o rellenar unos vasos gigantes que venden en todos lados con formas de guitarra o de bota de cowboy. También un@ puede entretenerse viendo uno de los espectáculos de animadoras de cortas faldas y melenas rubias de bote. Se recomienda no quedarse quieto durante más de quince minutos ya que se corre el riesgo de sufrir un ataque epiléptico con tanta estímulo.

Esa noche cenamos en un restaurante de tapas llamado Firefly cuyo techo era una enorme cristalera desde la cual podíamos ver todo lo que acontecía en la calle Freemont. Después de terminarnos la sangría que salió a precio de cubata (aquí todo lo que contenga vino se considera una delicatessen), nos dirigimos a un casino cercano a tentar a la suerte para ver si conseguíamos financiarnos lo que nos quedaba de viaje. Pero no os imaginéis una escena de película con Palo enfundada en un elegante vestido de noche soplando los dados antes de que Mikel los lance mientras saborea un martini seco con una aceituna. La escena fue mucho más patética. Primero para calentarnos jugamos en la máquina de black jack, medio dólar en partidas de 5 céntimos. Palo empezó con buena suerte y ganó la nada despreciable suma de 30 céntimos, y se le encendieron los ojos. ¡Qué peligro!. Luego nos dirigimos a la mesa de black jack donde las apuestas son más altas y todo tiene un aire más serio. Nos costó encontrar una mesa donde la apuesta mínima fuese de tan solo $5 pero al final la encontramos y decidimos que $5 era nuestro presupuesto para juego en Las Vegas. Fue un verdadero cachondeo porque para jugar en una mesa hay que saber las reglas del juego y como hacer señales a la crupier para que te de carta o para plantarse. Así que la pobre se desesperó un tanto con nosotros y tenía que ir diciéndonos que hacer en cada momento. Primero Mikel probó suerte y en menos de 20 segundos su experiencia de jugador se había terminado. A Palo en cambio le cayó del cielo un black jack y se ganó $7,5 pero la codicia le pudo y en la segunda partida perdió sus $5. Nuestra aventura apostando se había terminado. Si para disfrutar 20 segundos en algo que depende totalmente del azar tienes que gastarte $5, o tienes demasiado dinero o un problema. Nosotros con una partida tuvimos más que suficiente ¡Ah! Y además ninguna camarera se nos acercó para darnos una bebida gratis. Después de echarnos unos bailes en un bar local nos fuimos a casa, al día siguiente nos esperaba una intensa jornada.

Por la mañana Brandy nos invitó a un “brunch” (desayuno a las 14:00, de esos de domingo) en un elegante restaurante para el que ella trabaja como relaciones públicas y que es bufé libre. Y nosotros con nuestra mentalidad de estirar nuestro presupuesto lo más posible hicimos la técnica del camello y comimos como para una semana. Sushi, crepes, huevos bénedict con langosta, batidos de frutas, cocktail de gambas... vamos, que salimos rodando.

Y para bajarlo todo nos encaminamos al Strip para pasar el día recorriéndolo.

El Strip es una sección de Las Vegas Bulevar, la principal arteria de la ciudad y por supuesto la más conocida. A finales de los años ochenta apareció un nuevo concepto de turismo en Las Vegas: hoteles gigantescos (18 de los 25 hoteles más grandes del mundo están en esta calle) con casinos que incluían todo tipo de atracciones como discotecas, sala de conciertos y espectáculos, tiendas, restaurantes y un largo etcétera. La nueva idea era que los turistas (ahora de todas las edades y no forzosamente jugadores) pasasen su estancia gastando sin tener que salir del hotel. Y si a alguien le apeteciese ver algo nuevo, podía cambiar de casino sin salir a la calle utilizando las pasarelas que los conectan. Así nacieron la mayoría de los hoteles más conocidos y pintorescos. El Luxor con su forma de pirámide y su gigantesca esfinge en la entrada, el Excalibur y su forma de castillo de hadas, el Mirage y su volcán que entra en erupción cada media hora, el New York formado por la unión de varias copias de edificios emblemáticos de Nueva York, el París y su Torre Eiffel en miniatura, el Venettian y sus canales con gondoleros y todo, el Bellagio y su espectacular espectáculo de fuentes y música, el Caesars Palace, con sus interiores llenos de estatuas clásicas echas de estuco o nuestro favorito, el “fabuloso” Flamingo, con sus ventanas ajadas rosas y sus espectaculares neones.

Aunque generalmente el Strip es más caro que el downtown, hay un hotel para cada bolsillo. No es lo mismo alojarse por el exclusivo Wynn lleno de tiendas de las primeras firmas de moda y caros restaurantes, que comprarse una camisa hawaiana y tomarse un perrito en el Harrahs. Hay ocio para tod@s, pero lo que está claro es que en esta ciudad todo gira en torno al consumo.No existen actividades gratuitas excepto el pasearte por los casinos admirando las monumentales decoraciones de cartón piedra y alguna que otra atracción como la jaula de los leones del MGM (sí, en Las Vegas, uno puedes estar jugando a la tragaperras con mientras observa a dos desgraciados leones fotografiados por miles de flashes) o las piratas del Tresure Island y sus bailes subidos de tono mientras cantan cochinadas que cientos de niñ@s observan cada día a falta de algo mejor que hacer.

Pero para nosotros lo más entretenido de todo era el contemplar los personajes que abundan en el Strip. Varios imitadores de Elvis y un triste y anciano imitador de Gene Simons de los Kiss con sus botas de plataforma y su guitarra con forma de hacha con el que sacarte una foto por unos dólares. Una enorme cantidad de gord@s (pero que muy gord@s) en sus carritos de gord@ para no desperdiciar ninguna caloría en algo tan banal como andar. Jovenzuel@s con enormes vasos de alcohol que gritan y se hacen tatuajes de los que se borran en unas semanas. Grupos de jubilad@s con andador que entran con ávida mirada en los casinos. Familias enteras que salen de la tienda de Coca-Cola encantados con el menú de degustación de sodas que han disfrutado en el bar de la tienda (que obviamente solo sirve refrescos de la marca). Desfasados disfrazados de mujer. Parejas recién casadas que hasta se les puede ver sentados enfrente de una máquina. Melosas parejas de todas las edades que pagan un dineral por dar un paseo en una góndola motorizada dentro de un centro comercial que intenta parecerse a Venecia. Borrachos sin hogar que disfrutan de que en Las Vegas pueda beberse alcohol en la calle. Repartidores de teléfonos de señoritas con poca ropa que hacen ruidos con sus tacos de tarjetas para llamar la atención (en contra de lo que mucha gente piensa la prostitución es ilegal en Las Vegas, aunque no seamos inocentes, estas señoritas no vienen sólo a servirte el té a casa). Aunque lo que más nos llamaba la atención eran las familias con niñ@s pequeñ@s ya que no te los puedes llevar ni a jugar al póker, ni a emborracharte, ni a ver un espectáculo de striptease, tres de las principales atracciones de Las Vegas. Sin embargo si que son testigos de todo lo que sucede ya que pueden entrar en los casinos si van acompañados de un adulto.

El paseo por el Strip fue toda una experiencia, pero un día fue más que suficiente. Al día siguiente teníamos que pasar toda la mañana allí para que nuestra amiga nos pudiese llevar al aeropuerto por la tarde y nos entró un poco la deseseperación porque no encontramos ningún sitio para poder sentarnos tranquilamente. Ni un mísero banco ni una cafetería con luz natural y sin música a todo trapo. Así que al final optamos por una terraza en un centro comercial donde no muy lejos una enorme pantalla proyectaba una y otra vez los mismos anuncios con música ensordecedora. Para cortarse las venas.

A pesar de que Las Vegas no sea para nada nuestro sitio(algo que ya sabíamos de antemano)no nos arrepentimos de haber estado allí. Toda una experiencia de luces y sonido.


Palo y Mikel

P.D. Podéis ver más fotos aquí

1 comentario: