martes, 29 de junio de 2010

La mágica Huasteca

Aunque no es una región muy conocida, muchas personas que han viajado a la Huasteca Potosina nos dijeron que no debíamos perdernosla. Una de esas personas fue Guio, la cual tampoco la conocía pero había escuchado maravillas y tenía muchas ganas de ir, así que decidió acompañarnos. Además de disfrutar de su compañía, tuvimos la suerte de viajar en su coche gracias al cual pudimos descubrir mucho mejor esta región que no cuenta con un buen sistema de transporte público.

El primer día viajamos hasta Río Verde, una pequeña ciudad (o gran pueblo) que se encuentra a las puertas de la Huasteca. Antes de ir a casa de Saúl (nuestro anfitrión CS), fuimos a conocer la laguna de la Media Luna, sobre la cual habíamos escuchado en nuestra estancia en San Luis Potosí. La verdad es que nos sorprendió, primero por el color gris azulado pero a la vez cristalino de sus aguas, pero sobre todo cuando buceamos y comprobamos la belleza de su interior, ya que existía una especie de bosque encantado con algún árbol petrificado y cientos de plantas acuáticas que desaparecían en la oscuridad de un inmenso y profundo abismo del que brota el agua que alimenta esta laguna.

Cansados del viaje y del buceo, llegamos a casa de Saúl que vive con su agradable familia. Guiomar tuvo sus momentos de nervios y dudas en los momentos previos a su primera experiencia Couch Surfing y Saúl se reía asegurando que era la primera viajera que hospedaba con maleta de ruedas. Nos fuimos a cenar juntos y charlamos largo y tendido sobre el Couch Surfing (él es ya un veterano) y sobre todo sobre la Huasteca, de la cual está enamorado y sobre la que nos dio muy buenas y útiles recomendaciones.

A la mañana siguiente, temprano y después de aprovisionarnos de víveres para nuestros días de acampada, emprendimos rumbo a Tamasopo, nuestro primer destino de la Huasteca. Ya en pleno paraje selvático que caracteriza a esta región, primero disfrutamos unas horas de unas pequeñas cascadas y pozas y después nos fuimos al espectacular “Puente de Dios” que tras una empinada bajada entre la maleza se descubre con el intenso color azul de sus aguas. Se trata de un recodo del río Tamasopo en el que varias caidas de agua confluyen en una preciosa poza que además conecta con una gruta donde el agua parece iluminarse y que vuelve a brotar al otro lado de este puente natural sobre el río. Allí disfrutamos saltando de las rocas, luchando contra la fuerte corriente y exploramos diversos escondites que encontramos en este lugar. Un lugar donde la naturaleza se muestra en todo su esplendor.

Por la tarde nos fuimos a un minúsculo pueblo llamado Tanchachín, desde el que al día siguiente teníamos previsto ir a conocer la casacada de Tamul. Allí preguntando por un lugar donde acampar conocimos a Temo, un pescador, cortador de caña, agricultor, guía turístico y botánico que nos mostró el camino y con el que quedamos en navegar al día siguiente hasta la cascada. Así que esa noche montamos la tienda junto al río, con cuidado de que los numerosos caballos que por allí pacían no nos pisoteasen en sus numerosas galopadas. Hicimos una hoguera y Temo nos trajo unas mazorcas de maíz bien tiernas que nos supieron a gloria. Aunque hay que reconocer que de camping y tras horas de elaboración a fuego más que lento, todo sabe más rico.

Al día siguiente nos fuimos de excursión a las cascadas con Temo y su sobrino Payaca, quien realmente es el guía turístico y dueño de la lanchita que nos llevó. Pensando que sería un plácido paseo, Temo nos entregó un remo a cada uno y empezó una larga travesía río arriba con un calor y humedad horribles durante más de una hora. Pero mereció la pena disfrutar de la naturaleza que rodea el río sin el molesto sonido de un motor y tras un recodo encontrarnos majestuosa a la cascada de Tamul, de más de 100m de altura y que levanta un brutal estruendo. Pensamos que todo se quedaría en una buena ojeada a las cascadas desde una distancia prudente y un bañito en el río, pero Payaca, que parecía disfrutar de lo lindo saltando de las rocas aledañas, nos animó a seguirle por las rocas de una orilla hasta un costado de la cascada. Allí la nube de vapor era constante y el sonido ensordecedor. Ya nos parecía increíble la experiencia cuando Payaca saltó al río y nos invitó a hacer lo mismo. Un poco temerosos le seguimos ya que la corriente era muy fuerte y el agua caía con gran violencia a pocos metros. Luego, con grandísimo esfuerzo, agarrándonos como podíamos de las paredes del cañón, nadamos hasta situarnos justo en frente del centro de la caída encima de una pequeña roca que sobresalía del agua. Allí el viento que levantaba la cascada cayendo en el cañón era fortísimo, el agua parecía ascender como si fuese humo impidiendo ver con claridad y el estruendo nos hacia tener que hablar a gritos para entendernos. Un lugar apocalíptico pero a la vez de esplendorosa belleza. Una de las cosas más espectaculares que hemos hecho nunca.

De regreso en la barca nos dimos cuenta de la suerte que habíamos tenido con un guía como Payaca ya que el resto de los lancheros tan sólo se acercaban a la cascada. Pero nuestro lanchero, debido a su juventud y lo que disfrutaba nos llevó a disfrutar de la cascada de una manera mucho más extrema e insólita. De regreso pudimos navegar parte del río flotando con nuestros chalecos he hicimos una parada en la Cueva del Agua, una cueva de aguas azuladas de la que brota un manantial. Un lugar muy mágico que tuvimos la suerte de disfrutar solos ya que los fines de semana suele estar abarrotado.

Después de 5 horas remando, nadando a contra corriente y de escalar por las paredes de roca; llegamos al pueblo muertos de hambre. Así que sin mucho miramiento nos fuimos a una casa de comidas donde pedimos un plato de acamaya, un camarón gigante de río del que nos habían hablado y que teníamos muchas ganas de degustar. Y delicioso estaba, aunque luego se nos indigestó un poco al ver la cuenta. Y reaprendimos la lección olvidada de siempre preguntar el precio antes de pedir en un restaurante, por muy barato que parezca.

Así, con la panza llena nos volvimos a subir en el coche a nuestro siguiente destino, que debido a la hora que era tuvo que ser Xilitla. Allí llegamos después de un precioso viaje que duró más de lo previsto debido a un terrible aguacero que nos agarró subiendo la sierra. Pero finalmente llegamos al hostal el Caracol, un lugar lleno de energía, construido de manera sostenible y que está lleno de dibujos y esculturas surrealistas entre una vegetación exuberante.

Allí pasamos la noche durmiendo en un tipi indio que nos supo a gloria aunque las ranas se pasasen de fiesta toda la noche junto a nuestra casita. Cuando nos levantamos nos fuimos a los jardines de Edward James, que se encuentran justo enfrente. En este mágico jardín, homenaje al surrealismo, nos perdimos paseando por sus múltiples senderos entre orquídeas y cienpiés. Y cuando ya estábamos empapados de sudor de tanto caminar por la ladera donde se encuentra este selvático jardín, nos fuimos a dar un bañito a las pozas que también se encuentran en los jardines de este difunto mecenas inglés.

Refrescados por el bañito nos fuimos al pueblo de Xilitla a comer un rico sacahuil, un plato típico de esta zona a base de maíz y chile cocido durante horas en una cesta de hojas de una planta autóctona. De Xilitla volvimos sobre nuestros pasos a Aquismón, desde donde se asciende a la comundidad de las Golondrinas, donde se encuentra el Sótano de las Golondrinas. Este inmenso hoyo en medio de la montaña alberga el hogar de miles de vencejos y de cotorras que cada mañana salen en bandada a buscar alimento y cada tarde regresan con gran estruendo. Considerada una de las siete maravillas de México, esta gruta vertical tiene más de 370 metros de profundidad y hasta los años setenta no fue explorada. Para llegar a ella no es tarea fácil. Aunque existen todoterrenos que te suben hasta esta comunidad, son muy caros y alguien nos dijo que era posible subir con tu propio coche. Lo que no nos dijeron es que la carretera es de terracería, con inmensos hoyos y piedras que convirtieron el ascenso en una odisea con Mikel al volante ya que Guiomar estaba extremadamente nerviosa sufriendo por su coche, durante la que Paloma y Guio tuvieron que bajarse del coche varias veces para aligerar peso. Una ascensión a un ritmo tal que hasta unas señoras andando nos adelantaron. Ya en la apartada comunidad indígena (de la etnia Teneék o Huastecos) tuvimos que descender 400 metros por un sendero con todo el equipo de acampada hasta el Sötano, junto al que nos quedaríamos a acampar. A eso de las 7 de la tarde empezaron a llegar las mayores bandadas de vencejos que para poder descender en la gruta venciendo las corrientes de aire caliente que ascienden tienen que entrar en picado haciendo mucho ruido al cortar el aire a toda velocidad. Una lluvia torrencial de veloces pájaros que parece que van a impactar sobre ti. Por la mañana a las ¡4:30 de la mañana! nos despertaron los primeros grupos de turistas que venían a ver la salida de las aves. Un espectáculo que no empezó hasta algunas horas después cuando comenzó de nuevo el graznido de los pájaros y su revoloteo en círculos para salir de nuevo en busca de alimento. A nosotros, al igual que muchas de estas aves que en el mismo día recorren cientos de km hasta llegar al mar y regresar, también nos esperaba una larga jornada en el coche hasta Querétaro, ya el último destino de nuestro viaje con Guio. Y la verdad que se hizo más pesado de lo que pensábamos, ya que debíamos atravesar la Sierra Gorda Queretana, descubriendo el porqué de su nombre, ya que nos tomó más de cinco horas y 7por lo menos 86492 curvas atravesarla. Para más “diversión”, pinchamos una rueda y Mikel se puso medio malo, sobre todo porque le tocó a él conducir la parte más tediosa. Al menos paramos varias veces para visitar algunas de las numerosas misiones franciscanas que pueblan esta sierra.

Finalmente llegamos a casa de Alex (CS) con Mikel medio enfermo con fiebre. Nos encantó su pequeña casa-museo llena de curiosidades científicas con las que algún día montará un pequeño museo de ciencia asequible a todo el público. Este es el sueño de este pintor que llevó a cenar a Guio y a Palo (Mikel deliraba en la cama) a un bullicioso mercado donde probar la especialidades de la región. Alex está recopilando objetos para su futura exposición así que todo aquel que tenga algún cachivache de carácter científico-didáctico olvidado en el armario, será bien recibido en su casa (modelos para armar, fósiles, libros, aparatos y muñecos). Si queréis contactar con él lo podéis hacer a través de su blog.

Con un desayuno protagonizado por el zumo recién exprimido sus propio naranjo( quien pudiera) nos despedimos de él y también de Guio, que nos dejó en la estación donde tomamos un autobús destino el gigante DF.

Palo y Mikel

P.D: Podéis ver más fotos aquí

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